Dame la carne, dame los placeres
para enterrar el hacha de la guerra
para que salten brotes en la tierra
y que en la noche cálida me esperes.
Dame tu piel, tus íntimos enseres
el encaje de rosas que te encierra
y que a mis labios núbiles se aferra
sobre un lecho nupcial de amaneceres.
Dame el volcán sediento de tu boca
el aroma salvaje de tu cuello
el caudal que en mi río desemboca.
Apágame los ecos del resuello
Sé como el surtidor que me sofoca
como el astro que muere en el destello.
Rybka