Cielos y mares se tornan bermejos
cuando a la tarde la hiere un puñal,
daga de fuego que se hunde fatal
entre las aguas de blancos reflejos.
Sangran las nubes de amor a lo lejos,
gotas de grana rasgando el umbral,
como las hebras de un rojo coral
sobre la imagen de rotos espejos.
Gime el ocaso y el sol es ceniza
mientras regala -tenaz, el ensayo-
cálido beso que el aire electriza.
Callan las aves al último rayo,
cuando la tarde por fin agoniza.
Púrpura lágrima y mudo desmayo.