
RAZÓN DE PESO
Casi al final de la misa,
ante fieles de testigo,
dijo el cura a toda prisa,
con el pecho muy henchido,
pero con tono calmado:
¿Cuántos de aquí han perdonado
a todos sus enemigos?
Casi el ochenta por ciento
levantó en alto las manos,
y una viejita en su asiento,
no lo hizo ante sus hermanos.
El cura le preguntó:
¿Hija que pasa contigo,
tu actitud me sorprendió,
por qué no alzaste la mano,
acaso no has perdonado
como diosito mandó,
brindando también abrigo?
Y ella luego contestó:
Es que no tengo enemigos
El párroco se extrañó
y ese caso lo conmueve;
y luego le preguntó,
-atento, como se debe-
que cuántos años tenía,
y ella con mucha alegría,
dijo que noventa y nueve.
Toda la congregación,
asombrada se quedó,
y con marcada emoción
un gran aplauso le dio.
La viejita se paró
y con paciencia les dijo:
deben de saber que yo,
no tengo esos enemigos,
-y de nuevo le aplaudieron-
¿saben por qué se los digo?
-ya con tono contrariado
y con un gesto severo-:
Porque los muy desgraciados
ya toditos se murieron.