En voz femenina.
Sabía que mi viaje a los orígenes de mi familia materna, a la población de Wersten(bajo la influencia de la industrial Düsseldorf), tras pasar por media Alemania, me iba conducir, cómo no!! a su corazón de pus, a la esencia del veneno: tomaremos Berlín, me dijo ella. ¿Ella? Pues, mi prima de segundo, tercero o cuarto grado, yo que sé!! La hija de una sobrina o la nieta de una re-prima igualmente, de mi abuelo. En todo caso, una chica de edad parecida a la mía: veintidós dijo. Para nada de aspecto alemán, más parecía yo teutona que no ella. De pelo muy negro, con una cabellera que lucía al sol y descansaba sobre sus muy femeninos hombros. Más bien fea de rostro, con unos ojos inquietos pero algo trastornados. Mi re-prima Walda, con su hablar nervioso, excesívamente rápido para mí, que necesitaba pausas para poder comprender el significado de una lengua que jamás había querido estudiar. Walda, con su cruz de plata sobre el pecho y su vestido clásico, falda hasta por muy por debajo de las rodillas, botas negras, hubiera pasado por una "wolf", de la resistencia nazi cuando el nazismo ya había caído, en 1945. Pero no se tataba de éso, evidentemente, su resistencia era a otras cosas, que no viene aquí a cuento detallar.
De su mano entré en Berlín. Era la primera vez que me paseaba por las calles de una ciudad que siempre había deseado conocer, escudriñar, al tiempo que siempre me había repugnado esa idea. Algo así como soñar con hacer el amor con papá. Yo, de la ahora de nuevo capital de Alemania, tan solo conocía lo leído a escritoras manifestamente hostiles a la ciudad y a su historias. Escritoras que por lo tanto, habían sembrado flores negras en en mi corazón, las cuales, con los años, crecieron hasta formar un jardín de prejuicios contra la capital europea más herida y más dañina.
En el tren de Düsseldorf, Walda me había preguntado si deseaba ver la Berlín de hoy o "la del pasado", como ella misma dijo. Evidentemente, yo iba allí a refrender mi odio, a dar cumplida satisfacción a mi repugnancia. No me importaba para nada el cambio de faz, la modernidad, la influencia norteamericana sobre la ciudad. No. Yo iba a tomar Berlín. No a fotografiarla. Porqué yo ya tenía mis propias fotografías de todo aquéllo que me atormentaba. Quería zambullirme en el pasado. Por ello la primita ésa, que me contó algunas cosas suyas para luego restar muda durante largo rato cual si se hubiera ido a mil kilómetros de mí, me llevó a la centralidad, al húmero de la capital boche. Por la calle Friedrichstrasse me acercó al lugar de la partición: donde la muralla dividó la ignominia en dos ignominas. Pero incluso allí, se habían instalado excesivos comercios, cafés, tugurios con sabor yankee. Yo no veía por las calles a los auténticos alemanes. Si no a unos nietos vendidos y sin origen. Pasamos a la zona donde se estaba preparando para unas semanas después una amplia y colorida fiesta gay: calles como la Eisenacher Strasse, donde Walda me preguntó si me interesaría el visitar esa fiesta cuando se produjera. Yo, en tono burlón, le respondí.
-Ya me han dicho en la familia que tú piensas venir.
Ella se enfadó. Enormemente católica como era, todo lo gay y lésbico le producía asco. Y a mí, por ello, me producía asco ella. Así van las cosas. Tras pasar la jornada en lugares que no me decían nada y tener que soportar media tarde en la zona de tiendas más in de la ciudad para que Walda pudiera comprarse atuendo, cenamos en un restaurant de las afueras, cerca de la estación Oeste. Ibamos a tomar el tren a eso de las once. Llegaríamos al lugar de nacimiento de mi abuelo y donde aún residía parte de su familia, la de Walda, muy tarde. Por ello le propuse que nos buscáramos un lugar para quedarnos a dormir y al día siguiente completar la visita, por ejemplo a la Puerta de Brandenburgo(¿por qué para Walda aquel símbolo de tantas cosas no le decía nada?), o a la antigua cárcel de Hohenschoenhausen.
Walda hasta dudó. Nunca sabré porqué motivo. Luego dijo que no era posible. A ella le habían dicho que me acompañara a Berlín solo aquel sábado. Y ella siempre cumplía lo que le decían. Yo asentí con la cabeza y, algo triste, bajé la mirada. Pensé que los ánimos que me había dado Cohen desde un CD, voz en grito, con su música setentona y coros melindrosos al fondo, no los iba a poder cumplir en aquel viaje. Pensaba en esto cuando Walda me besó con inusitado cariño en una mejilla y leugo en los labios, ahí de modo huidizo, temeroso. Yo no pude esconder mi sorpresa. Walda, voz quebrada, dijo.
-Lo siento. Lo siento mucho!!
¿Qué era lo que sentía? Su voz había adquirido el tono de aquélla que no puede complacer una petición y se vé obligada a negarse. Pero, ¿qué le había pedido yo?
Mi primer viaje a Berlín fue trastocar un corazón. O sea, casi nada.
Y después Berlín
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- Josep Angel
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Y después Berlín
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- sabra
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Re: Y después Berlín
GENIALIDAD EN ESTE CUENTO, LOS PERSONAJES MUY BIEN DELINEADOS Y LA TRAMA ES MUY INTERESANTE, ES COMO SI LA VIVIERA.
ADMIRO TU TALENTO POETA...ERES ÚNICO.
SABRA
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El amor es la razón del corazón