El increíble y extrañísimo caso del "hombre-feto" (I)

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Xabi
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El increíble y extrañísimo caso del "hombre-feto" (I)

Mensaje por Xabi » Jue May 17, 2012 03:08

Ésta es una historia extraña, como su nombre ya indica. Tuvo lugar en lo más profundo, oscuro y sucio de un pueblo del que no diré su nombre; en el que las vidas que lo habitaban no eran menos amargas que su agrio olor de soledades y podredumbre existencial. Cuatro casas de barro, por no seguir contando, eran lo máximo a lo que aspiraba una aldea que, por no tener, no tenía ni un alcalde. En la sima más húmeda, lóbrega y fría de un valle umbrío se encontraba el lugar, abandonado de la memoria de un país que no vivía sino hacia dentro, más atento a lo que ocurría en la casa del vecino y de cuchichear sobre ello que de sacar su triste vida adelante. Sí, de la "nación" poco bueno se podría decir, pues ni la economía era, ni sería, la que fue antaño y la cultura, aun siendo su gran baluarte, cada día estaba más olvidada y recluída al polvo y las telerañas de las esquinas del desván en que se había convertido una educación decadente y minimalista. Pero todo esto lo ha de contar el verdadero narrador de los hechos. Como digo, y volviendo sobre mis derroteros, la historia que transcribo, y que para más detalles incluyo que fue relatada por mi abuelo a la luz de una bombilla de 60 vatios de las antiguas; en un salón de 30 metros cuadrados y con una estufa bajo la mesa; con el televisor apagado y con una temperatura que oscilaba entre los 16 y los 18º; repito, que así fue contada por mi difunto antepasado, tal vez pueda herir algunas sensibilidades, y por ello el que sea de constitución endeble o que no tenga la costumbre de leer fábulas con cierto regusto desagradable, que lo deje ahora o, si no, que calle para siempre. A partir de este momento mi voz deja paso a la elocuencia de un hombre que vio mundo, o que al menos recorrió algunos lugares debido a su profesión:

"Corría el año 1912, o tal vez 1913, no lo sé con seguridad. Lo que sí recuerdo era la vida que, desde hacía ya unos meses, estaba llevando, a causa de mi empleo: visitador médico. Durante el poco tiempo que llevaba desempeñando mi trabajo de doctor rural, ya había asistido a toda clase de males que aquejaban a las buenas y analfabetas gentes que cruzaban en mi camino (la maldad o bondad de estas criaturas, para mi gusto, más bien faltas de razón alguna, aún me las planteo como un enigma): fiebres, pulmonías, gripes, sarampiones, cólicos de riñón, partos... ¡Ay! Recuerdo sobre todo los nacimientos, sí. Aquello no se diferenciaba en absoluto de lo que podía suponerle a un veterinario el asistir al alumbramiento de un ternero en una cuadra, pues eso mismo parecían las casas, o chozas más bien, que normalmente eran mi destino, y que lo fueron durante un breve, pero intenso periodo de tiempo, en el que llegué a ver casos realmente extraordinarios (y algunos verdaderamente espeluznantes, créeme, hijo). Bueno, como te iba diciendo, lo que mayor huella dejó en mis desventuras como matasanos de los pueblos dejados de la mano de Dios que conformaban lo más agreste de nuestra geografía, eran los partos, verdaderos espectáculos sangrientos, animales y, en muchos casos desgraciadamente trágicos. Aún eres muy joven, cariño, de hecho no sé cómo puedo estar contándote esta historia, pero es que necesito desahogarme, y últimamente me encuentro tan sólo metido en casa que las pocas visitas que recibo, como las tuyas, y que te agradezco enormemente, las aprovecho para narrar mis periplos de juventud. En fin, como decía, cada vez que debía poner mis manos para ayudar a llegar a una criaturita nueva a este mundo (que no sé cómo podía pasárseles siquiera a sus padres por la cabeza el concebir una vida destinada a sufrir la desdicha de semejantes lugares y semejantes gentes), aquello ya pronosticaba un drama en sí mismo: un lecho infecto e insalubre a todas luces (y esto si había suerte) para que la madre diera a luz; palanganas de agua ponzoñosa donde lavar los instrumentos irrisoriamente quirúrgicos; trapos carcomidos por la suciedad con que escurrir los sudores y sangre derramados; grandes alaridos de dolor; y sufrimiento, mucho sufrimiento. Recuerdo bien a los padres de esos pequeños seres arrugados y sanguinolentos que acababan en mis manos tras muchas horas de dolor y agonía. Se sentaban a la mesa de la cocina, normalmente contigua a la alcoba donde se celebraba el nacimiento. Sí, recuerdo esas cocinas, sus suelos de barro, sus hornos de pura forja, llenos de herrumbre, y unos cuantos bancos alrededor de un tablero donde, día tras día, se engullían las escasas viandas traídas del corral o de la huerta. Sí, y esos fiambres colgados del techo, de los que goteaba sobre las cabezas esa grasa oleaginosa que transpiraban en su curación... Como siempre, acabo por los cerros de Úbeda... ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! Los padres, los cabezas de familia, que, sentados a la mesa, totalmente callados y como ausentes, despachaban una tras otra botellas de vino tinto, el más fuerte que se pueda probar, pues tuve la oportunidad de hacerlo; éstos, de un nerviosismo contenido, cuántas veces acababan sollozando en mis brazos (¡pobres y brutales gentes!) tras comprobar la pérdida de un ser querido. La mayoría de las veces, como comentaba, estos alumbramientos acababan en tragedia, pues o la madre moría desangrada o de dolor, o el niño nacía muerto o las diversas complicaciones del parto acababan con su vida sin llegar a rozarla en su contacto con el exterior. No sabes lo que sufrí, hijo mío. Durante los meses en que asistí en estos actos que, normalmente ocasionarían gran alegría, a mí sólo me quedaba llorar y llorar, una vez me marchaba pues, además, en muchas de las ocasiones mi trabajo iba un poco más allá, y tenía que coger una pala y, por compasión ayudar a cavar la tierra en donde los restos de alguien descansarían durante la eternidad. Tu abuela nunca comprendió el porqué de mis pesares, de que prefiriese permanecer en cama y a oscuras días enteros y sin probar bocado. Nunca la hice partícipe de todo aquello que estaba condenado a vivir en mis carnes. Pero era mi trabajo, y mi deber era llevar el pan al hogar pues, como ya sabrás, tenía una bocas que alimentar, entre ellas las de tu madre y tus tíos.

Bueno, lo peor, y lo que nunca nadie supo y que tanto ha pesado en mi alma y durante tantos y tantos años, estoy a punto de contártelo; y con ello estoy seguro de que, aun a estas alturas de mi vida, servirá para que recobre la paz de espíritu que perdí un día y que jamás recuperé [...]".


Continuará...
Última edición por Xabi el Mar May 22, 2012 11:18, editado 4 veces en total.

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Romantyka
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Re: El increíble y extrañísimo caso del "hombre-feto" (I)

Mensaje por Romantyka » Vie May 18, 2012 00:52

Xabi
De paso por sus letras, aquí saludo el tema que hoy comparte con nosotros
entre nuestro foro y por el cual nos expresa el sentir de su inspiración,
por el cual dejo las huellas de mi paso entre lo suyo, esperando la segunda parte....

Saludos y que el Señor lo acompañe!

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Xabi
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Re: El increíble y extrañísimo caso del "hombre-feto" (I)

Mensaje por Xabi » Vie May 18, 2012 01:54

Gracias por tu paso, Romantika,
¡Un fuerte abrazo!

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Esmeralda
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Re: El increíble y extrañísimo caso del "hombre-feto" (I)

Mensaje por Esmeralda » Mar Jul 30, 2013 10:12

XABI, muy buena historia, tienes talento para
narrar, ya que dejas con deseos de seguir leyendo y logra atrapar al
lector con tu relato.
Un saludo para ti, desde la distancia.


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