Que pequeño me siento
caminando por tú cuerpo,
poseyendo la dulzura
de tus caricias de terciopelo.
Me postro junto a la orilla
de tus hermosos ojos negros,
me reflejo en sus pupilas
y siento que estoy muy dentro.
Después me voy paseando
despacio hasta encontrar tus besos,
y allí me quedo dormido sobre tus labios de fuego.
...Y así me pasó la noche
y con el alba me despierto
para seguir el camino de recorrer todo tú cuerpo.
Vuelvo para bañarme
en la palude de tus ojos negros,
me descuelgo por tu pelo,
hasta llegar a la estancia
donde nunca existe silencio,
porque hasta el silencio suena cuando se mete dentro.
Después camino por tú silueta
para llegar a tus dedos,
y en el centro de tus manos
tres cañones inmensos,
que contienen pasado y futuro y el tiempo de vida que iras viviendo.
Y subo por tus muñecas
observando el paisaje a lo lejos,
donde se yerguen montañas
que me conducen al cielo,
montañas coronadas
por dos basaltos de fuego,
donde mi lengua se pierde buscando la sal de su suelo.
Y tras un tiempo sin tiempo
bajo hasta el valle de en medio,
y camino por la pradera de piel morena de terciopelo
hasta llegar a su monte, despejado monte de venus,
donde mis besos amantes
van tapizando su suelo.
Aspiro profundo y lento
el perfume de tu cuerpo,
y en mi cabeza florecen aromas de azahar e incienso.
Y desciendo por las laderas
de las Hercúleas columnas de tu cuerpo,
y frente al pozo sagrado
rebosante de miel y deseo,
mis ojos se van elevando
siguiendo los pliegues del sendero,
que me conducen hasta la ermita del dios del placer inmenso.
Y me pierdo por sus recodos
saciando mi sed en ellos,
esperando hasta que brote el torrente de tu cuerpo.
Y tus calidas manos temblando
van jugando con mi cuerpo,
yo me siento tu esclavo y no quiero que se acabe el tiempo.
Ardiente el camino se muestra
y tus manos me llevan muy dentro,
tu piel se torna erizada al contacto de mis dedos
y entonces surgen palabras,
palabras de amor y deseo,
y dos torrentes se desbordan saciando la sed de dos cuerpos.