Tus dedos con dulzura
mi cabello acariciaban,
tu rostro quemaba.
Tomándome la cintura
bailamos no sé qué danza.
A orillas de tu mirada clara
encalló mi corazón,
desnuda quedó mi alma.
Encendías mi emoción
entre tus brazos ardientes,
alzándome hasta tu boca.
Fuego, pasión y remanso
en un tierno amanecer...
Locura desenfrenada.
Tus manos muy suavemente
me recorrían despacio
conjurando ansias febriles.
Gimiendo arrullos
como palomas,
nos torturamos.
Creí que me volvía loca,
el miedo me envolvió,
no llegué hasta tu cama.
Intuí que me arrastrabas
a esa isla solitaria
de la cual ya no hay regreso.
Le regalaste a mi alma
una última esperanza
un último amanecer...
¡Tierno y eterno amor
qué latente estás aún
con tus doradas espadas!
Matilde Maisonnave