Un día cualquiera (FIN)
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Un día cualquiera (FIN)
Aquél sería un día como todos los demás. Eso había pensado al escuchar el despertador, como siempre. Por pura cotidianidad, siempre hacía los mismos gestos mientras se desperezaba: primero se estiraba, antes de terminar ya estaba bostezando; miraba durante unos 5 segundos el techo y se erguía; miraba a ambos lados de la cama y por fin se destapaba; se ponía primero la zapatilla del pie izquierdo y se terminaba de colocar la otra ya de pie. Dejaba que sonara la radio; lo estaría haciendo durante la siguiente hora seguida, al menos eso pensaba, pues los últimos 15 minutos nunca los llegaba a oír, porque ya se había marchado para entonces. Al llegar al baño, lo mismo de siempre: encendía la luz, se miraba en el espejo sonriendo, para poder observar sus dientes y con parsimonia se dirigía al inodoro; cortaba un pequeño pedazo de papel higiénico y lo echaba en la taza. Una costumbre adquirida hacía tiempo para tener a qué apuntar y así no salpicarlo todo. Una vez hecho esto, tiraba de la bomba (dos veces seguidas, para parar el chorro de agua y no malgastar). Buscaba el albornoz, se lo ponía y se acercaba a la cocina a desayunar: Inmutablemente sería un vaso de café con leche acompañado (a días alternos) por galletas o cereales. Mientras se calentaba la leche en el microondas aprovechaba para buscar al gato, que lo espereba siempre en la encimera. Lo acariciaba y le ponía un poco de leche en su cuenco. Siempre lo hipnotizaba el verlo lamer el líquido lácteo mientras esperaba los dos minutos que tardaba en calentarse su desayuno. Una vez que sonaba la alarma, primero ponía el azúcar (dos cucharaditas colmadas) y el café (una cucharada grande). Entre 8 y 10 galletas (nunca 7, ni 9, ni 11) o tres puñados grandes de cereales, que masticaba con el deleite de saberse con 7 u 8 horas seguidas sin probar bocado. A lo lejos el murmullo radiofónico lo mantenía en un estado de cierta somnolencia. Una vez terminado y todo metido en el lavavajillas (previo labado superficial bajo la pila), se dirigía de nuevo hacia su habitación, buscando el armario. Allí elegía lo que habría de ponerse aquella jornada laboral. Ayer fueron unos pantalones oscuros, con camisa azul celeste y un jersey de punto violeta; calcetines a juego con el jersey y el cinturón y los zapatos conjuntados: marrones muy oscuros. Hoy tocaba, por tanto, pantalones vaqueros, con camisa de cuadros y jersey de rombos de varios colores. Calcetines a juego con la camisa y zapatos y cinturón conjuntados. En ambos casos (ayer y hoy) el color de los calzoncillos lo dejaba al arbitrio de los primeros que cogiera. Hecho esto, el camino del cuarto de baño estaba prefijado y lo conocía al dedillo: 3 pasos y medio; encender de nuevo la luz y darle al grifo de la ducha; esperar unos 30 segundos, desnudarse y entrar. La sintonía de las noticias provenientes de la radio-despertador coincidían indefectiblemente con el cierre del grifo del agua fría primero, seguido del del agua caliente. Toalla: primero la cabeza, luego bajando paulatinamente, frotando con fuerza hasta acabar en los pies. De nuevo se colocaba frente al espejo, movía la cabeza para observarse la barba y abría el cajón de la derecha del lavabo, extrayendo la maquinilla de afeitar: comenzaba con la sotabarba y acababa con el bigote; nunca usaba after shave. Colonia, algo de picor, enrojecimiento del cutis recién rasurado y punto. Tocaba el desodorante: primero la axila derecha, luego la izquierda. Antes de empezar a vestirse primero se cepillaba los dientes, siempre concienzudamente. Una vez acabado este paso, un poco de enjuague bucal mientras se vestía: primero los calzoncillos (pierna derecha, luego izquierda); la camisa (primero brazo izquierdo, luego derecho). Se la abotonaba de abajo arriba; luego los botones de los puños (primero los de la manga derecha, luego la izquierda). Los calcetines (primero pie izquierdo, luego derecho). Los pantalones, con el mismo orden que los calzoncillos. El cinturón iba justo después, siempre abrochado en el tercer agujero. Por último el jersey. Después de peinarse, siempre a raya, del lado derecho, escupía el enjuague, cogía la toalla para secarse los labios y secar el lavabo, volvía a ponerse colonia, obaservaba que todo estuviera bien y salía del baño. Mientras hacía la cama (taparla, nada más), miraba por la ventana (dormía siempre con la persiana levantada). Si hacía buen día aspiraba profundamente; si hacía malo resoplaba. Aquel día estaba despejado, así que cogió una buena bocanada de aire, que expulsó con energía. Una vez hecha la cama, buscaba los zapatos del día, se sentaba en la cama y se los ponía: los lunes, miércoles y viernes empezaba por el pie derecho; los martes, jueves y sábados (los sábados no trabajaba, pero salía a hacer footing), comenzaba por el pie izquierdo. Era miércoles: pie derecho. Una vez calzado, abría una vez más el armario y cogía el abrigo: si el día del mes era impar, primero se lo ponía empezando por la manga izquierda; si era par, por la manga derecha. Era día 16, tocaba la manga derecha. Una vez abrigado, se acercaba a la mesilla y cogía las llaves y el teléfono: las primeras siempre iban en el bolsillo izquierdo del pantalón; el segundo al derecho. Justo antes de salir de casa, le ponía agua y comida al gato. Una vez en el descansillo, cerraba con un buen portazo y giraba la llave dos veces (de las tres posibles). Normalmente se encontraba en el rellano de su piso con la vecina: una mujer mayor que salía en bata y con la cabeza llena de rulos a dejar la bolsa de la basura al lado de la puerta, que el portero recogería entre las 9,30 y 9,45 hrs. Si no la veía, bajaba en ascensor; si la veía, tomaba las escaleras. Vivía en el cuarto piso. En el portal, siempre saludaba con un "buenos días" al portero (siempre era él quien contestaba). Si le preguntaba algo más (¿Qué tal?, por ejemplo) siempre respondía algo relacionado con el tiempo que hacía aquel día. Ya en la calle, primero miraba a la izquierda y luego a la derecha, camino que tomaba los día 5, 10, 15, 20, 25 y 30 (excepto febrero, que normalmente tenía 28 días) de cada mes (era el más largo); el resto de días miraba primero a la derecha y se marchaba por el camino corto: el de la izquierda. Era día 16, tocaba marcharse por la izquierda. 1.277, esos eran los pasos del camino corto hasta la oficina (el largo eran 3.024 pasos). En el trayecto de la izquierda, nunca miraba a la derecha, pero siempre miraba a la izquierda, buscando su reflejo en los escaparates, para asegurarse de que estaba impecable. Los día 10, 20 y 30 (excepto febrero, que normalmente tenía 28 días) de cada mes, cruzaba por el primer paso de cebra; los día 5, 15 y 25, lo hacía por el segundo; los día 1, 11, 21 y 31 (si éste último lo tenía el mes) esperaba hasta el tercero. El resto de días los hacía zigzagueando (cruzando de una acera a otra alternativamente). En este camino (el de la izquierda, el corto) siempre se fijaba (estuviera en la acera que estuviera) en la dependienta de la tienda de zapatos que quedaba a 3 bloques de su casa (le gustaba). Al llegar a las oficinas, siempre subía por las escaleras, pues estaban en la entreplanta del edificio. Siempre ponía el pie izquierdo en el primer escalón y las subía de dos en dos. Al entrar (sin llamar), saludaba a la recepcionista siempre con una sonrisa. Después se dirigía directamente a su despacho. Colgaba el abrigo en el perchero (segundo gancho) y encendía el ordenador mientras se bebía un vaso de agua de la máquina instalada al lado de su mesa.
Sí, era un día como todos los demás, un día cualquiera. Sin embargo, sonó el teléfono de su mesa. Era el jefe, que le pedía que fuera a hablar con él antes de empezar a trabajar. Aquello era irregular. Se inquietó, no estaba en los planes de su jornada, pero abrió la puerta de su despacho y se dirigió al de su jefe...
Continuará.
NOTA: Las diversas actualizaciones las iré efectuando directamente en este tema, para no ir abriendo más.
Sí, era un día como todos los demás, un día cualquiera. Sin embargo, sonó el teléfono de su mesa. Era el jefe, que le pedía que fuera a hablar con él antes de empezar a trabajar. Aquello era irregular. Se inquietó, no estaba en los planes de su jornada, pero abrió la puerta de su despacho y se dirigió al de su jefe...
Continuará.
NOTA: Las diversas actualizaciones las iré efectuando directamente en este tema, para no ir abriendo más.
Última edición por Xabi el Dom Jun 03, 2012 10:52, editado 5 veces en total.
Re: Un día cualquiera
Hola Xabi, espero entonces el siguiente capítulo. Me quedé un poco intrigada, quisiera saber como sigue la historia de este metódico y consternado personaje.....costumbres, parece que todo nuestro equilibrio dependiera de ellas, casi inconscientes, casi mecánicas y un tanto desesperantes cuando alguna nos falla......Espero por más.
UN ABRAZO
UN ABRAZO

GRACIAS, MI QUERIDA AMIGA ESMERALDA!!!!!
Re: Un día cualquiera
Hola Safo,
Me alegro de que te esté gustando. Sí, esas malditas costumbres. Este personaje es un tanto... perfeccionista, ¿no? ¡Está loco! jajaja.
No tardaré en poner más.
¡Un abrazo!
Me alegro de que te esté gustando. Sí, esas malditas costumbres. Este personaje es un tanto... perfeccionista, ¿no? ¡Está loco! jajaja.
No tardaré en poner más.
¡Un abrazo!
Re: Un día cualquiera
Hola Xabi,
Hoy leo algo de lo suyo, y desde aquí ya le voy dejando cordiales
saludos entre letras que aquí, pues nos dejan algo propio de su sentir
y que quedan para compartir su lectura entre todos los foristas.....
Saludos y que el Señor lo acompañe!
Un comercial y regreso por el 2 capítulo

Hoy leo algo de lo suyo, y desde aquí ya le voy dejando cordiales
saludos entre letras que aquí, pues nos dejan algo propio de su sentir
y que quedan para compartir su lectura entre todos los foristas.....
Saludos y que el Señor lo acompañe!
Un comercial y regreso por el 2 capítulo



Re: Un día cualquiera
Gracias, Romantyka,
En los próximos días pondré un poco más.
Un abrazo.
En los próximos días pondré un poco más.
Un abrazo.
Re: Un día cualquiera
Nos habíamos quedado en que el jefe llamaba a nuestro protagosnista, y que esto le supo irregular y por tanto lo inquietó. Debemos añadir que, de camino al despacho de su superior algo más ayudó a que aquel día cualquiera empezara a dejar de serlo. Normalmente el camino hasta la puerta de su jefe le suponía siempre (lo tenía bien medido) caminar 7 pasos y un cuarto. Esta vez, quizá por nerviosismo, su zancada había sido algo más larga, y había llegado hasta la entrada en 6 pasos y tres cuartos (¡medio paso entero menos!). La cosa se ponía fea. Dio tres golpes en la puerta y entró:
- Buenos días, Paco. -Saludó nuestro hombre extraño- (.ocaP ,saíd soneuB) -pensó.
- ¡Ah!, Hola, PepeP. Siéntate, por favor -lo recibió su jefe, Paco.
En este momento tenemos que añadir, para aquel lector al que le surjan dudas que sí, nuestro personaje es aún más raro de lo que sus pasos desde que se levanta hasta que llega al trabajo ya nos habían dejado entrever. Una de sus manías (de las muchas) es pensar todo lo que dice (una vez dicho), del revés, pero sólo lo hace con frases cortas, pues con las largas se pierde. Durante una buena temporada estuvo llevando encima una grabadora, con la que registraba todas sus conversaciones. Más tarde, en casa, al finalizar el día, las escuchaba y le iba dando la vuelta a todo lo que había dicho. Pero se le estropeó la máquina y pensó que era mejor dejarlo estar. Hemos de añadir a esta extravagante actitud que nuestro buen y meticuloso amigo se llama Josep. Hermano pequeño de una familia de cinco hijos, siempre se le había llamado cariñosamente Pep, pero con el tiempo y la edad, y conforme crecía él y sus "costumbres", decidió que debía ser conocido como PepeP, pues le agradaba sobremanera el hecho de que su nombre pudiera leerse igual hacia la izquierda que hacia la derecha. De hecho, estaba en trámites administrativos para cambiar legalmente su nombre de nacimiento (recordemos, Josep), por el que ahora, y desde hacía años, había adoptado. Añadiremos, para más señas, que PepeP nació el día 18 de noviembre de 1981, es decir: 18/11/81 (cifra que, por ser capicúa, lo congratulaba aún más y lo ayudaba a afianzarse en sus múltiples y perfeccionistas manías).
- ¿Qué tal lo llevas, chico? -Preguntó su jefe.
- Bueno. (.oneuB).
- ¿Sabes por qué te he llamado, PepeP?
- No. .oN... (¡mierda!). -Esto lo dijo en voz alta.
- ¡Efectivamente, muchacho! Estoy harto de tu comportamiento. Eres un maniático y esto está haciéndole mal a la empresa.
- ¡Pero...! (!...oreP¡).
- Déjame hablar, Pep, que es como te llamas. Ya vale de payasadas. Tus compañeros están cada día más incómodos contigo. No creas que Marisa no me ha contado lo que ocurrió el otro día. Jajaja. Sí, me río, pero es enfermizo, chico.
Paco se levantó de su sillón presidencial y se acercó a servirse una copichuela, pues tenía un pequeño bar en su despacho. No era un alcohólico, pero tomarse un whisky a las 8,30 de la mañana tampoco lo hace todo el mundo. Francisco Lozano, hombre ya entrado en la cincuentena, era uno de esos "tiburones" empresariales, que devoran a su oponente a base de trabajo, fortuna en los negocios y una buena presencia y carisma. Soltero empedernido, siempre vestía elegante, con su traje italiano, y para trabajar se quitaba la chaqueta, dejando ver un cuerpo bastante bien mantenido para su edad, bajo una cara camisa azul de rayas verticales, impecable corbata y siempre tirantes, nunca cinturón, lo cual le daba un aspecto de broker imparable, que se comía el mundo, y así era. Dio algunas vueltas alrededor de PepeP y se dispuso a hablarle desde atrás:
- Mira, chico. Me caes bien, eres un buen muchacho, e incluso no puedo quejarme de tu labor. Eres un miembro del equipo eficiente que consigue buenas cifras, y eso siempre es bueno para la empresa. Pero tus costumbres están rayando ya en lo absurdo y exasperan al personal.
- Pero Paco... ...ocaP... (ups).
- ¿Lo ves? Lo has vuelto a hacer, Josep -cuando ya se ponía serio, Paco lo llamaba por su nombre completo- es demasiado hijo. Y lo que me contó el otro día Bermúdez, el de recursos humanos, ya fue demasiado. ¡Por Dios! ¡¿A quién se le ocurre hacer semejante locura?!
- Le juro que fue sin querer, jefe. (.efej ,rereuq nis euf oruj eL).
- No insistas, chaval. Si hasta estoy seguro de que ahora mismo lo estás haciendo, eso de darle la vuelta a todo. ¡Leche bendita! A mí también me pones nervioso, ¿ves? Y acabo blasfemando.
- Pue...
- Déjame hablar. He tenido que tomar una determinación con respecto a ti. Sabes que tu padre y yo éramos muy buenos amigos. Diantre, si en parte trabajas aquí gracias a eso. No, tranquilo, no voy a despedirte. Pero no tengo más remedio que suspenderte de empleo y, sí, de sueldo, hasta que no rectifiques tu conducta y hagas algo.
PepeP estaba estupefacto. Lo había conseguido. Su comportamiento le había costado aquella situación. ¿Qué daño hacía siendo él mismo? Era feliz y se sentía cómodo en su peculiar situación... Pero algo tenía de malo. No había perdido su empleo, pero casi. ¿Tenía que cambiar, por su propio bien?
- También me gustaría que fueras a ver a un profesional -continuó Paco- Sí, uno de esos loqueros... ¡un psicólogo, eso es! Lo tuyo ha de ser tratado, joven. Y no me rechistes, ha de ser así.
PepeP no sabía qué decir, estaba compungido. Le había fallado a su jefe, el amigo del alma de su padre (que en paz descanse), y se había fallado a sí mismo. No tenía mucho tiempo para reaccionar, así que lo tomó como le vino y lo aceptó, jurándose intentar cambiar desde ya.
- Está bien. (.neib... ¡Mierda, cállate que ya está bien, carajo!) -pensó nuestro pobre amigo, pues ya intentaba rectificar.
- Bueno -resopló Paco- Me alegro de que lo hayas entendido. Mira, Pep, es duro para mí también, pero es lo mejor. Te estoy ayudando, y créeme, con el tiempo me lo agradecerás. Mira, empieza hoy. Márchate a casa, llama a algún médico y empieza desde ya, que te va a venir bien.
- Lo que tu digas, Paco...
Se levantaron y se dieron la mano. Paco le deseó mucha suerte y se terminó de un trago el whisky, de nuevo sentado en su flamante sillón de alto ejecutivo en una oficinas en la entreplanta de un edificio... PepeP salió del despacho y se dirigió cabizbajo hacia el suyo. Por el camino fue contando los pasos, como hacía siempre; en ese momento no le apetecía dejar de hacerlo, aunque sabía que debía. No miró a la recepcionista con una sonrisa, al pasar frente a ella. Cogió el abrigo del segundo gancho y se marchó. Bajó las escaleras de una en una y no le importó qué pie poner en el primer escalón (tal vez comenzaba a hacer progresos). Salió del edificio, pero miró a ambos lados, como también hacía al salir de casa. Lo pensó un momento, pero no tenía ganas de darle importancia. Empezó a andar de camino a casa, despacio, sin prisa, y mirando al suelo. ¿Qué lo había llevado a aquella situación? Hizo balance de su vida. Estaba seguro de que en algún momento había sido un tipo corriente, sin esas costumbres extrañas que lo manipulaban y no lo dejaban vivir como un ser humano del montón. Pero hacía ya 10 años que estaba trabajando para la empresa. Prácticamente fue terminar la carrera y ponerse a trabajar, y sus manías ya las arrastraba de sus días en la facultad. Era demasiado, estaba harto de todo. Sin darse siquiera cuenta, había caminado hasta llegar a la altura de la zapatería donde trabajaba aquella chica que le gustaba. Sí, desde hacía ya 3 años esa mujer era dependienta allí y desde el primer día se había fijado en ella al pasar. Los días que la chica no estaba lo notaba incluso y la jornada ya no era la misma. Ahí estaba ella, con una sonrisa en la boca, ayudando a una señora a elegir un bonito par de zapatos. No se había dado cuenta y ya llevaba 5 minutos mirándola embobado. Tal vez era hora de hacer algo con aquello también. Un tanto indeciso, decidió franquear la puerta de la tienda. ¿Qué excusa pondría para su entrada? ¡Si era una zapatería de mujeres! Ya era demasiado tarde, pues estaba dentro, mirando sin más, cuando la chica se acercó a preguntarle...
To be continued.
- Buenos días, Paco. -Saludó nuestro hombre extraño- (.ocaP ,saíd soneuB) -pensó.
- ¡Ah!, Hola, PepeP. Siéntate, por favor -lo recibió su jefe, Paco.
En este momento tenemos que añadir, para aquel lector al que le surjan dudas que sí, nuestro personaje es aún más raro de lo que sus pasos desde que se levanta hasta que llega al trabajo ya nos habían dejado entrever. Una de sus manías (de las muchas) es pensar todo lo que dice (una vez dicho), del revés, pero sólo lo hace con frases cortas, pues con las largas se pierde. Durante una buena temporada estuvo llevando encima una grabadora, con la que registraba todas sus conversaciones. Más tarde, en casa, al finalizar el día, las escuchaba y le iba dando la vuelta a todo lo que había dicho. Pero se le estropeó la máquina y pensó que era mejor dejarlo estar. Hemos de añadir a esta extravagante actitud que nuestro buen y meticuloso amigo se llama Josep. Hermano pequeño de una familia de cinco hijos, siempre se le había llamado cariñosamente Pep, pero con el tiempo y la edad, y conforme crecía él y sus "costumbres", decidió que debía ser conocido como PepeP, pues le agradaba sobremanera el hecho de que su nombre pudiera leerse igual hacia la izquierda que hacia la derecha. De hecho, estaba en trámites administrativos para cambiar legalmente su nombre de nacimiento (recordemos, Josep), por el que ahora, y desde hacía años, había adoptado. Añadiremos, para más señas, que PepeP nació el día 18 de noviembre de 1981, es decir: 18/11/81 (cifra que, por ser capicúa, lo congratulaba aún más y lo ayudaba a afianzarse en sus múltiples y perfeccionistas manías).
- ¿Qué tal lo llevas, chico? -Preguntó su jefe.
- Bueno. (.oneuB).
- ¿Sabes por qué te he llamado, PepeP?
- No. .oN... (¡mierda!). -Esto lo dijo en voz alta.
- ¡Efectivamente, muchacho! Estoy harto de tu comportamiento. Eres un maniático y esto está haciéndole mal a la empresa.
- ¡Pero...! (!...oreP¡).
- Déjame hablar, Pep, que es como te llamas. Ya vale de payasadas. Tus compañeros están cada día más incómodos contigo. No creas que Marisa no me ha contado lo que ocurrió el otro día. Jajaja. Sí, me río, pero es enfermizo, chico.
Paco se levantó de su sillón presidencial y se acercó a servirse una copichuela, pues tenía un pequeño bar en su despacho. No era un alcohólico, pero tomarse un whisky a las 8,30 de la mañana tampoco lo hace todo el mundo. Francisco Lozano, hombre ya entrado en la cincuentena, era uno de esos "tiburones" empresariales, que devoran a su oponente a base de trabajo, fortuna en los negocios y una buena presencia y carisma. Soltero empedernido, siempre vestía elegante, con su traje italiano, y para trabajar se quitaba la chaqueta, dejando ver un cuerpo bastante bien mantenido para su edad, bajo una cara camisa azul de rayas verticales, impecable corbata y siempre tirantes, nunca cinturón, lo cual le daba un aspecto de broker imparable, que se comía el mundo, y así era. Dio algunas vueltas alrededor de PepeP y se dispuso a hablarle desde atrás:
- Mira, chico. Me caes bien, eres un buen muchacho, e incluso no puedo quejarme de tu labor. Eres un miembro del equipo eficiente que consigue buenas cifras, y eso siempre es bueno para la empresa. Pero tus costumbres están rayando ya en lo absurdo y exasperan al personal.
- Pero Paco... ...ocaP... (ups).
- ¿Lo ves? Lo has vuelto a hacer, Josep -cuando ya se ponía serio, Paco lo llamaba por su nombre completo- es demasiado hijo. Y lo que me contó el otro día Bermúdez, el de recursos humanos, ya fue demasiado. ¡Por Dios! ¡¿A quién se le ocurre hacer semejante locura?!
- Le juro que fue sin querer, jefe. (.efej ,rereuq nis euf oruj eL).
- No insistas, chaval. Si hasta estoy seguro de que ahora mismo lo estás haciendo, eso de darle la vuelta a todo. ¡Leche bendita! A mí también me pones nervioso, ¿ves? Y acabo blasfemando.
- Pue...
- Déjame hablar. He tenido que tomar una determinación con respecto a ti. Sabes que tu padre y yo éramos muy buenos amigos. Diantre, si en parte trabajas aquí gracias a eso. No, tranquilo, no voy a despedirte. Pero no tengo más remedio que suspenderte de empleo y, sí, de sueldo, hasta que no rectifiques tu conducta y hagas algo.
PepeP estaba estupefacto. Lo había conseguido. Su comportamiento le había costado aquella situación. ¿Qué daño hacía siendo él mismo? Era feliz y se sentía cómodo en su peculiar situación... Pero algo tenía de malo. No había perdido su empleo, pero casi. ¿Tenía que cambiar, por su propio bien?
- También me gustaría que fueras a ver a un profesional -continuó Paco- Sí, uno de esos loqueros... ¡un psicólogo, eso es! Lo tuyo ha de ser tratado, joven. Y no me rechistes, ha de ser así.
PepeP no sabía qué decir, estaba compungido. Le había fallado a su jefe, el amigo del alma de su padre (que en paz descanse), y se había fallado a sí mismo. No tenía mucho tiempo para reaccionar, así que lo tomó como le vino y lo aceptó, jurándose intentar cambiar desde ya.
- Está bien. (.neib... ¡Mierda, cállate que ya está bien, carajo!) -pensó nuestro pobre amigo, pues ya intentaba rectificar.
- Bueno -resopló Paco- Me alegro de que lo hayas entendido. Mira, Pep, es duro para mí también, pero es lo mejor. Te estoy ayudando, y créeme, con el tiempo me lo agradecerás. Mira, empieza hoy. Márchate a casa, llama a algún médico y empieza desde ya, que te va a venir bien.
- Lo que tu digas, Paco...
Se levantaron y se dieron la mano. Paco le deseó mucha suerte y se terminó de un trago el whisky, de nuevo sentado en su flamante sillón de alto ejecutivo en una oficinas en la entreplanta de un edificio... PepeP salió del despacho y se dirigió cabizbajo hacia el suyo. Por el camino fue contando los pasos, como hacía siempre; en ese momento no le apetecía dejar de hacerlo, aunque sabía que debía. No miró a la recepcionista con una sonrisa, al pasar frente a ella. Cogió el abrigo del segundo gancho y se marchó. Bajó las escaleras de una en una y no le importó qué pie poner en el primer escalón (tal vez comenzaba a hacer progresos). Salió del edificio, pero miró a ambos lados, como también hacía al salir de casa. Lo pensó un momento, pero no tenía ganas de darle importancia. Empezó a andar de camino a casa, despacio, sin prisa, y mirando al suelo. ¿Qué lo había llevado a aquella situación? Hizo balance de su vida. Estaba seguro de que en algún momento había sido un tipo corriente, sin esas costumbres extrañas que lo manipulaban y no lo dejaban vivir como un ser humano del montón. Pero hacía ya 10 años que estaba trabajando para la empresa. Prácticamente fue terminar la carrera y ponerse a trabajar, y sus manías ya las arrastraba de sus días en la facultad. Era demasiado, estaba harto de todo. Sin darse siquiera cuenta, había caminado hasta llegar a la altura de la zapatería donde trabajaba aquella chica que le gustaba. Sí, desde hacía ya 3 años esa mujer era dependienta allí y desde el primer día se había fijado en ella al pasar. Los días que la chica no estaba lo notaba incluso y la jornada ya no era la misma. Ahí estaba ella, con una sonrisa en la boca, ayudando a una señora a elegir un bonito par de zapatos. No se había dado cuenta y ya llevaba 5 minutos mirándola embobado. Tal vez era hora de hacer algo con aquello también. Un tanto indeciso, decidió franquear la puerta de la tienda. ¿Qué excusa pondría para su entrada? ¡Si era una zapatería de mujeres! Ya era demasiado tarde, pues estaba dentro, mirando sin más, cuando la chica se acercó a preguntarle...
To be continued.
Re: Un día cualquiera (continúa, pero no termina)
- Buenos días -le saludó la joven dependienta-. Me llamo Laura ¿Puedo ayudarlo en algo?
Laura Villar era una chica guapa de unos 26 ó 27 años. Delgada y no especialmente alta. Tenía unos bonitos ojos castaños y un precioso y largo cabello rubio oscuro, casi marrón, como su mirada. Aunque había sido una estudiante magnífica, la suerte no la acompañó al terminar la universidad. Licenciada en historia del arte, su carrera no le planteaba demasiadas salidas, y aunque estaba preparando unas oposiciones para un puesto de profesora de instituto, necesitaba ganar dinero y lo mejor que había conseguido era aquel trabajo en la zapatería. Había probado como camarera, pero la noche (y esto lo pensaba desde pequeña) era para dormir, no para estar sirviendo copas a cuatro borrachos. De carácter alegre, era, sin embargo, una mujer fuerte y resuelta, de las que no deja que se las intimide. Para su edad resultaba una persona muy madura.
- Bu... buenos días -respondió sorprendido PepeP, que no la había visto acercarse-. Eh... Verá... Estoy... Estoy... (¿Qué le digo ahora?, ?aroha ogid el éuQ¿) -se preguntó- ¡Estoy buscando unos zapatos! Sí, para mi novia, eso es. (¡Imbécil!, !licébmI!) -Pensó Pepep-. (¿A quién se le ocurre?, ?erruco el es néiuq A¿). -Estaba nervioso, así que su manía, la de repetir pensando todo lo que decía (incluso sólo lo que pensaba, como le ocurría ahora) al revés, estaba en auge.
- ¡Ah! Muy bien. Veamos... Lo primero, ¿qué pie calza su novia?
- Estooo... (ups) -El pobre hombre no tenía ni idea de qué decirle, así que, como por ensalmo, dijo su propia número de pie-. El 44...
- ¿El 44? -Preguntó estupefacta Laura, pero no se atrevió a hacer un chiste- Es una medida bastante rara para una mujer...
- ¿He dicho el 44? Jajaja (genial, ¡so inepto! !otpeni os¡ ,laineg). Quería decir una 38...
- Ahh, vale. Eso ya me cuadra más, jejeje -rio Laura, más por profesionalidad que por la gracia de la equivocación.
La cosa no marchaba nada bien. PepeP estaba nervioso y se le notaba. No sudaba, pero estaba incómodo. Y encima no se le ocurrió mejor idea que decir que había entrado a comprarle unos zapatos a su "novia". Si es así como quería "entrarle" a la muchacha, no había podido comenzar mejor. Necesitaba remediarlo, pero no podía decir de repente que todo era mentira, que ni había novia ni había nada; que había entrado para conocerla, para invitarla a desayunar, a comer, a lo que fuera; que le gustaba y que quería cambiar su vida, mejorarla, salir de ese infierno de costumbres rayanas en la locura que lo aprisionaban, y de las que había sido presa fácil. No estaba contento: Llega al trabajo y le dicen que se marche; se le trastocan los planes y todo lo que estaba claro empieza a estar difuso; y para colmo, después de 3 años pasando frente a la tienda donde trabaja Laura, decide entrar hoy, armándose de valor, y sólo se le ocurre la estupidez de excusa de una hipotética, una imaginaria pareja que no existe. (Te has lucido, amigo), pensaba PepeP. Había que intentar, por lo menos, quedar en una mejor posición.
- Tenemos un par precioso que está causando sensación esta temporada -le dijo Laura- ¿Quiere que se los enseñe?
- De acuerdo. Ah, y por favor, no me trates más de usted, que no soy tan viejo, jajaja (eso está mejor). Por cierto, me has dicho tu nombre y yo no te he dicho el mío. Qué descortés. Me llamo PepeP (¡calla, inútil, no lo fastidies ahora!). Pep, me llamo Pep. Bueno, es Josep, pero todos me llaman así (¡sí señor, ahí le has dado!).
- Pues mucho gusto, Pep -Laura extendió la mano para dársela- Me alegro de conocerte.
- El gusto es mío, Laura (aruaL se...) ¡ahora no, que la cosa va bien! -esto se le escapó entre dientes- ups.
- ¿Perdona? ¿Me has dicho algo? -preguntó Laura, extrañada con esta última frase.
- Ehh, no, no, nada, jejeje, es que... me he acordado de un recado que tengo que hacer, y no contaba con ello (fiuuu).
- Ah... Vale. ¿Te enseño entonces esos zapatos?
- Ok.
- Bien, pues ahora vuelvo, que voy a buscar el número al almacén -se alejó sonriendo la simpática dependienta.
La cosa no iba ni bien ni mal, pero por lo menos estaba en la tienda, y hablando con la chica. Al menos eso era positivo, dentro de un día que amenazaba con ser ruinoso. Pep daba vueltas por la tienda, como distraído, mirando, pero sin mirar el calzado femenino. Observaba algunas sandalias, manoletinas, zapatos elegantes, los de tacones de aguja. ¿Cómo podían las mujeres soportar aquel tormento en sus pies?, pensaba Pep mientras agarraba un zapato con un tacón tan largo y fino que perfectamente podría servir como "arma blanca". Si se los tenían que destrozar... En fin, así son las chicas, mejor no darle más vueltas, resolvió nuestro amigo. Mientras miraba todo esto, Laura regresó del almacén.
- Mira, son una maravilla -Laura sacó los zapatos de la caja y se los enseñó- Y además son muy cómodos y de muy buen material.
- Ajá, muy bien. Pues nada, me los llevo entonces - le respondió Pep.
- Genial. Has hecho una gran compra, no te vas a arrepentir. Y además a tu novia le van a encantar, ya lo verás.
Se acercaron a la caja para terminar la transacción. Laura buscó un poco de papel de envolver para forrar la caja. Pensó que sería un regalo y directamente comenzó a ponerle un precioso papel estampado, que dobló como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que envolver paquetes. Lo pegó con celo y le puso un lazo. Buscó una bolsa y metió la caja dentro.
- Pues así son 400 euros...
- ¡¿Cómo?! -a Pep se le acababa de secar la boca, se había quedado sin aliento y casi se le quedan los ojos en blanco y se cae redondo de espaldas.
- Son lo mejor que tenemos, sin duda, y no hay mujer que no desee tener un par de estos en su armario -respondió rápidamente Laura, pues no quería tampoco perder una buena venta, ya que ello le reportaba unos buenos intereses también, los que le tocaban por cada transacción terminada con éxito. Además no lo estaba engañando. Se trataban de unos zapatos de máxima calidad y anhelados por toda mujer no ajena a la moda o simplemente al buen gusto.
- Ejem -carraspeó Pep, buscando recuperar el resuello perdido- (total que conocer a esta chica me va a salir por 400 euros, menuda broma). Vale, vale. ¿Aceptáis tarjeta de crédito?
- Como no. ¿Me dejas tu DNI?
- Claro, toma (y todo esto por cobarde).
- Muy bien. Sólo me hace falta que me firmes aquí y listo -le inquirió Laura- Pues nada, ya verás como sorprendes a tu novia, y lo contenta que se va a poner. ¡Menuda suerte tiene!
- Sí... Ya me la imagino. Se me va a echar directamente a los brazos cuando abra la caja (ya te gustaría, ya, ¡tonto del haba!).
- Pues nada, Pep, a ver si vuelves algún día, o vienes con tu chica, para conocerla -aquí Laura estaba siendo más dependienta de una tienda de zapatos que una "nueva amiga", pues pensaba en la novia de aquel chico como posible clienta- Hasta luego. Y ha sido un placer conocerte.
- Lo mismo digo (ogid omsim oL) -pensó Pep contrariado, regresando a su hábito extraño de las palabras vueltas del revés-. Hasta luego, Laura.
Un tanto irritado cruzó nuestro buen hombre la puerta de la tienda y salió a la calle. Conforme se alejaba de camino a casa iba dándole vueltas a la conversación, básicamente comercial (vendedor/cliente) que acababa de tener con la chica a la que llevaba observando, a su paso de casa al trabajo y del trabajo a casa, en los últimos 3 años. Intentaba recrearse en las palabras, en las frases, en saborear de forma retrospectiva (como paladeando un buen vino, que te deja ese regusto en la boca tras degustarlo) el momento. Se reconocía que la situación, la tensión, habían podido con él, y sólo se le había ocurrido la salida de la novia, que ahora lo dejaba a él con pareja a los ojos de Laura y con unos zapatos de 400 euros que no iba a ponerse nadie. Definitivamente, el día le estaba reportando una sensación agridulce a su estado de ánimo, que en tan sólo un par de horas había sufrido tantos cambios: de estar como siempre, con todo calculado al milímetro, con sus costumbres pautadas y casi inconscientes, a tener unas vacaciones forzosas, pero no pagadas, para tener que visitar a un psiquiatra (o psicólogo o lo que fuera), hasta la charla con la muchacha de la zapatería (en principio lo mejor de esa jornada). Pensando todo esto se vio frente al portal de su casa y entró. Saludó al portero él primero (cosa que no hacía nunca) y tomó el ascensor. Se equivocó de planta e intentó durante 10 minutos abrir la puerta de una casa que no era la suya, hasta que, escuchando constantemente el ruido del cerrojo, habían abierto la puerta para ver qué pasaba y entonces Pep, sonrojado y avergonzado había pedido disculpas y se había marchado a abrir la entrada, esta vez, de su casa. Menudo día extraño estaba teniendo, discurría el chico desempleado, con novia inventada y avergonzado tras el incidente de la puerta. Una vez en su hogar, dejó caer la bolsa con los zapatos nada más entrar, se quitó el abrigo, miró a ver si veía al gato y se fue hasta su habitación para tirarse de bruces sobre la cama. Harto de tanto pensar en el día se quedó dormido boca abajo. Tuvo un sueño bastante extraño, en el que conducía un coche sin frenos, mientras en el asiento de atrás Paco, disfrazado de langosta, le gritaba que se llamaba Pep y Laura, en otro coche, lo adelantaba y desaparecía de su vista. Se despertó sobresaltado. Miró el depertador y vio que eran las 19,30 de la tarde (¡se había pasado casi 9 horas durmiendo!). Se incorporó y se notó la boca pastosa, como recién levantado por la mañana. Aún le costó un par de minutos recuperar la consciencia, pues aún se debatía entre la realidad y el sueño. Una vez recuperado volvió a recordar todo lo pasado aquel día, mientras aún se preguntaba si era verdad. Sí, lo era, y lo que más le dolía era lo que había pasado en la tienda, su falta de valor con Laura, su mentira y el desembolso innecesario, sólo por conocer a una persona. Mientras pensaba todo esto, se le acercó el gato, que ronroneba para que le hiciera caso mientras frotaba el lomo contra las piernas de su amo. Lo cogió para acariciarlo. ¿Era esa la situación que deseaba? Para una vez que se decidía a dar un paso, ¿iba a quedar todo así? Se dio cuenta de que no era lo que quería. Se levantó, dejó al gato sobre la cama, se acercó al baño, se peinó, pues tenía el pelo revuelto de haber estado durmiendo, y se lavó la boca. Acto seguido se puso el abrigo y salió de casa (no cerró con llave) y se dispuso a regresar a la zapatería.
Una más y lo acabamos.
Laura Villar era una chica guapa de unos 26 ó 27 años. Delgada y no especialmente alta. Tenía unos bonitos ojos castaños y un precioso y largo cabello rubio oscuro, casi marrón, como su mirada. Aunque había sido una estudiante magnífica, la suerte no la acompañó al terminar la universidad. Licenciada en historia del arte, su carrera no le planteaba demasiadas salidas, y aunque estaba preparando unas oposiciones para un puesto de profesora de instituto, necesitaba ganar dinero y lo mejor que había conseguido era aquel trabajo en la zapatería. Había probado como camarera, pero la noche (y esto lo pensaba desde pequeña) era para dormir, no para estar sirviendo copas a cuatro borrachos. De carácter alegre, era, sin embargo, una mujer fuerte y resuelta, de las que no deja que se las intimide. Para su edad resultaba una persona muy madura.
- Bu... buenos días -respondió sorprendido PepeP, que no la había visto acercarse-. Eh... Verá... Estoy... Estoy... (¿Qué le digo ahora?, ?aroha ogid el éuQ¿) -se preguntó- ¡Estoy buscando unos zapatos! Sí, para mi novia, eso es. (¡Imbécil!, !licébmI!) -Pensó Pepep-. (¿A quién se le ocurre?, ?erruco el es néiuq A¿). -Estaba nervioso, así que su manía, la de repetir pensando todo lo que decía (incluso sólo lo que pensaba, como le ocurría ahora) al revés, estaba en auge.
- ¡Ah! Muy bien. Veamos... Lo primero, ¿qué pie calza su novia?
- Estooo... (ups) -El pobre hombre no tenía ni idea de qué decirle, así que, como por ensalmo, dijo su propia número de pie-. El 44...
- ¿El 44? -Preguntó estupefacta Laura, pero no se atrevió a hacer un chiste- Es una medida bastante rara para una mujer...
- ¿He dicho el 44? Jajaja (genial, ¡so inepto! !otpeni os¡ ,laineg). Quería decir una 38...
- Ahh, vale. Eso ya me cuadra más, jejeje -rio Laura, más por profesionalidad que por la gracia de la equivocación.
La cosa no marchaba nada bien. PepeP estaba nervioso y se le notaba. No sudaba, pero estaba incómodo. Y encima no se le ocurrió mejor idea que decir que había entrado a comprarle unos zapatos a su "novia". Si es así como quería "entrarle" a la muchacha, no había podido comenzar mejor. Necesitaba remediarlo, pero no podía decir de repente que todo era mentira, que ni había novia ni había nada; que había entrado para conocerla, para invitarla a desayunar, a comer, a lo que fuera; que le gustaba y que quería cambiar su vida, mejorarla, salir de ese infierno de costumbres rayanas en la locura que lo aprisionaban, y de las que había sido presa fácil. No estaba contento: Llega al trabajo y le dicen que se marche; se le trastocan los planes y todo lo que estaba claro empieza a estar difuso; y para colmo, después de 3 años pasando frente a la tienda donde trabaja Laura, decide entrar hoy, armándose de valor, y sólo se le ocurre la estupidez de excusa de una hipotética, una imaginaria pareja que no existe. (Te has lucido, amigo), pensaba PepeP. Había que intentar, por lo menos, quedar en una mejor posición.
- Tenemos un par precioso que está causando sensación esta temporada -le dijo Laura- ¿Quiere que se los enseñe?
- De acuerdo. Ah, y por favor, no me trates más de usted, que no soy tan viejo, jajaja (eso está mejor). Por cierto, me has dicho tu nombre y yo no te he dicho el mío. Qué descortés. Me llamo PepeP (¡calla, inútil, no lo fastidies ahora!). Pep, me llamo Pep. Bueno, es Josep, pero todos me llaman así (¡sí señor, ahí le has dado!).
- Pues mucho gusto, Pep -Laura extendió la mano para dársela- Me alegro de conocerte.
- El gusto es mío, Laura (aruaL se...) ¡ahora no, que la cosa va bien! -esto se le escapó entre dientes- ups.
- ¿Perdona? ¿Me has dicho algo? -preguntó Laura, extrañada con esta última frase.
- Ehh, no, no, nada, jejeje, es que... me he acordado de un recado que tengo que hacer, y no contaba con ello (fiuuu).
- Ah... Vale. ¿Te enseño entonces esos zapatos?
- Ok.
- Bien, pues ahora vuelvo, que voy a buscar el número al almacén -se alejó sonriendo la simpática dependienta.
La cosa no iba ni bien ni mal, pero por lo menos estaba en la tienda, y hablando con la chica. Al menos eso era positivo, dentro de un día que amenazaba con ser ruinoso. Pep daba vueltas por la tienda, como distraído, mirando, pero sin mirar el calzado femenino. Observaba algunas sandalias, manoletinas, zapatos elegantes, los de tacones de aguja. ¿Cómo podían las mujeres soportar aquel tormento en sus pies?, pensaba Pep mientras agarraba un zapato con un tacón tan largo y fino que perfectamente podría servir como "arma blanca". Si se los tenían que destrozar... En fin, así son las chicas, mejor no darle más vueltas, resolvió nuestro amigo. Mientras miraba todo esto, Laura regresó del almacén.
- Mira, son una maravilla -Laura sacó los zapatos de la caja y se los enseñó- Y además son muy cómodos y de muy buen material.
- Ajá, muy bien. Pues nada, me los llevo entonces - le respondió Pep.
- Genial. Has hecho una gran compra, no te vas a arrepentir. Y además a tu novia le van a encantar, ya lo verás.
Se acercaron a la caja para terminar la transacción. Laura buscó un poco de papel de envolver para forrar la caja. Pensó que sería un regalo y directamente comenzó a ponerle un precioso papel estampado, que dobló como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que envolver paquetes. Lo pegó con celo y le puso un lazo. Buscó una bolsa y metió la caja dentro.
- Pues así son 400 euros...
- ¡¿Cómo?! -a Pep se le acababa de secar la boca, se había quedado sin aliento y casi se le quedan los ojos en blanco y se cae redondo de espaldas.
- Son lo mejor que tenemos, sin duda, y no hay mujer que no desee tener un par de estos en su armario -respondió rápidamente Laura, pues no quería tampoco perder una buena venta, ya que ello le reportaba unos buenos intereses también, los que le tocaban por cada transacción terminada con éxito. Además no lo estaba engañando. Se trataban de unos zapatos de máxima calidad y anhelados por toda mujer no ajena a la moda o simplemente al buen gusto.
- Ejem -carraspeó Pep, buscando recuperar el resuello perdido- (total que conocer a esta chica me va a salir por 400 euros, menuda broma). Vale, vale. ¿Aceptáis tarjeta de crédito?
- Como no. ¿Me dejas tu DNI?
- Claro, toma (y todo esto por cobarde).
- Muy bien. Sólo me hace falta que me firmes aquí y listo -le inquirió Laura- Pues nada, ya verás como sorprendes a tu novia, y lo contenta que se va a poner. ¡Menuda suerte tiene!
- Sí... Ya me la imagino. Se me va a echar directamente a los brazos cuando abra la caja (ya te gustaría, ya, ¡tonto del haba!).
- Pues nada, Pep, a ver si vuelves algún día, o vienes con tu chica, para conocerla -aquí Laura estaba siendo más dependienta de una tienda de zapatos que una "nueva amiga", pues pensaba en la novia de aquel chico como posible clienta- Hasta luego. Y ha sido un placer conocerte.
- Lo mismo digo (ogid omsim oL) -pensó Pep contrariado, regresando a su hábito extraño de las palabras vueltas del revés-. Hasta luego, Laura.
Un tanto irritado cruzó nuestro buen hombre la puerta de la tienda y salió a la calle. Conforme se alejaba de camino a casa iba dándole vueltas a la conversación, básicamente comercial (vendedor/cliente) que acababa de tener con la chica a la que llevaba observando, a su paso de casa al trabajo y del trabajo a casa, en los últimos 3 años. Intentaba recrearse en las palabras, en las frases, en saborear de forma retrospectiva (como paladeando un buen vino, que te deja ese regusto en la boca tras degustarlo) el momento. Se reconocía que la situación, la tensión, habían podido con él, y sólo se le había ocurrido la salida de la novia, que ahora lo dejaba a él con pareja a los ojos de Laura y con unos zapatos de 400 euros que no iba a ponerse nadie. Definitivamente, el día le estaba reportando una sensación agridulce a su estado de ánimo, que en tan sólo un par de horas había sufrido tantos cambios: de estar como siempre, con todo calculado al milímetro, con sus costumbres pautadas y casi inconscientes, a tener unas vacaciones forzosas, pero no pagadas, para tener que visitar a un psiquiatra (o psicólogo o lo que fuera), hasta la charla con la muchacha de la zapatería (en principio lo mejor de esa jornada). Pensando todo esto se vio frente al portal de su casa y entró. Saludó al portero él primero (cosa que no hacía nunca) y tomó el ascensor. Se equivocó de planta e intentó durante 10 minutos abrir la puerta de una casa que no era la suya, hasta que, escuchando constantemente el ruido del cerrojo, habían abierto la puerta para ver qué pasaba y entonces Pep, sonrojado y avergonzado había pedido disculpas y se había marchado a abrir la entrada, esta vez, de su casa. Menudo día extraño estaba teniendo, discurría el chico desempleado, con novia inventada y avergonzado tras el incidente de la puerta. Una vez en su hogar, dejó caer la bolsa con los zapatos nada más entrar, se quitó el abrigo, miró a ver si veía al gato y se fue hasta su habitación para tirarse de bruces sobre la cama. Harto de tanto pensar en el día se quedó dormido boca abajo. Tuvo un sueño bastante extraño, en el que conducía un coche sin frenos, mientras en el asiento de atrás Paco, disfrazado de langosta, le gritaba que se llamaba Pep y Laura, en otro coche, lo adelantaba y desaparecía de su vista. Se despertó sobresaltado. Miró el depertador y vio que eran las 19,30 de la tarde (¡se había pasado casi 9 horas durmiendo!). Se incorporó y se notó la boca pastosa, como recién levantado por la mañana. Aún le costó un par de minutos recuperar la consciencia, pues aún se debatía entre la realidad y el sueño. Una vez recuperado volvió a recordar todo lo pasado aquel día, mientras aún se preguntaba si era verdad. Sí, lo era, y lo que más le dolía era lo que había pasado en la tienda, su falta de valor con Laura, su mentira y el desembolso innecesario, sólo por conocer a una persona. Mientras pensaba todo esto, se le acercó el gato, que ronroneba para que le hiciera caso mientras frotaba el lomo contra las piernas de su amo. Lo cogió para acariciarlo. ¿Era esa la situación que deseaba? Para una vez que se decidía a dar un paso, ¿iba a quedar todo así? Se dio cuenta de que no era lo que quería. Se levantó, dejó al gato sobre la cama, se acercó al baño, se peinó, pues tenía el pelo revuelto de haber estado durmiendo, y se lavó la boca. Acto seguido se puso el abrigo y salió de casa (no cerró con llave) y se dispuso a regresar a la zapatería.
Una más y lo acabamos.
Re: Un día cualquiera (casi terminado)
Realmente no sabía muy bien lo que estaba haciendo, aunque no cabía duda de que era el día propicio para tomar decisiones "absurdas" en él, o por lo menos arriesgadas. Tenía el tiempo justo para llegar a la tienda de Laura antes de que cerraran y se marchasen. Le parecía increíble como era capaz de sentir una gran decisión cuando no tenía a la persona delante, y en cuanto la veía, el mundo entero se le venía encima, le entraba la congoja y no acertaba más que a hacer tonterías. "Ahora no", se dijo Pep (decididamente había optado por desterrar su idea de aquel nombre que se leía igual tanto empezando desde la izquierda como desde la derecha). Todo lo que le estaba pasando en esas 24 horas era todavía más inusual que su extravagante comportamiento de tantos años. Pero todas sus costumbres estaban muy arraigadas, le costaría mucho deshacerse de ellas sin sufrir por ello, pues su "perfeccionismo" era tal que saber que debía desechar ese comportamiento necesitaría de un grandísimo esfuerzo por su parte. Sin embargo, las ganas, las ansias por cambiar, por creer terminado un ciclo "insano", por no decir de locura reconcentrada, eran seguramente hasta más fuertes que el hecho de desear conservar todo aquello que lo convertía a los ojos de los demás (y de sí mismo) en un tipo extraño, bizarro, paranoico incluso. Con cada paso que daba, y que lo acercaba más al local de la zapatería, estaba más nervioso, pero al mismo tiempo más decidido a tomar una resolución, que, ahora sí, estimó irrefutable si quería alcanzar un cierto grado de felicidad que no fuera "artificial". Necesitaba la naturalidad de acostarse a la hora que le apeteciera, y no siempre a la misma, cronometrada al milímetro. Deseaba desayunar un bollo, un croissant, incluso un helado; o, por qué no, un par de huevos fritos con panceta grasienta. Y lo de la ropa, ¡en su vida se habría creído capaz de hacer lo que hacía a la hora de vestirse! La cuestión es que al final había sucumbido a todas sus manías, sin dejar fuera ninguna. Pensando en todo esto, en lo maravilloso que sería abandonarlo todo, comenzar de nuevo, y disfrutar de verdad de la vida, llegó a la esquina de la calle de la tienda de zapatos. Frenó en seco y disimulando, se quedó semiescondido detrás de una farola, aunque relamente se le veía entero. En ese momento vio salir a una chica de la tienda. No era Laura, pues era rubia y de figura estilizada y alta. Vio que cogía unas llaves con intención de usarlas. Estaba claro que trabajaba allí; tal vez su amiga hacía el turno de mañana. Pero, justo después vio salir a Laura y esperar mientras observaba cómo su compañera bajaba, con un cerrojo automático, la verja de la tienda. "Uff", pensó Pep; estaba ella también, así que podrían hablar; pero, ¿qué le diría de su encuentro? Si ni siquiera había traído los zapatos, con los que al menos podía disimular un supuesto cambio o devolución. Lo meditó un poco y decidió que lo convertiría en un encuentro fortuíto, de que simplemente pasaba por allí. Observó que las dos mujeres se despedían y que tomaban caminos distintos. Se le aceleró el pulso y corrió a esconderse justo tras la esquina de la calle por donde torcería Laura. Era perfecto, fingiría que se tropezaban justo ahí. Se asomó con cautela y comprobó que la chica estaba ya cerca. Se alejó unos pocos pasos y se dispuso a "chocar" con ella:
- ¡Ay!, perdón, perdón... No la había visto -disimuló Pep.
- No se preocupe -dijo Laura mientras se recomponía- Un momento... si eres tú... Pep, ¿verdad? Soy Laura, la de la zapatería. Has estado esta mañana.
- ¡Ahí va! Hola, Laura. Jo, ya me perdonarás. Estás bien, ¿no? Es que soy un despistado.
- Tranquilo, tranquilo, si no es nada -se asomó una leve sonrisa en el rostro de la muchacha.
- ¿Ahora has salido de trabajar?
- Sí, justo ahora, que ya es hora. Por cierto, ¿le gustaron los zapatos a tu novia?
- Eh... Bueno... Es que aún no se los he dado -se le ocurrió decir a nuestro pobre hombre, que seguía mintiendo muy a su pesar.
- Pues le van a encantar, te lo digo yo. Yo misma los compraría, pero son muy caros...
- Ajá...
Era el momento de hacer algo; no podía quedar aquel encuentro en una simple conversación insustancial. Pero, ¿qué hacer? No tenía muchas posibilidades y tampoco se le había ocurrido nada; sólo pensaba en encontrarse con Laura, no había planeado nada. Tal vez eso era lo mejor. Estaba harto de prepararlo todo, de que en su vida nada escapara de estar escrupulosmanete pautado y premeditado. Era hora de empezar a improvisar, de tomar el toro por los cuernos y zambullirse sin más en la vida, y no ir entrando poco a poco, con miedo. Tenía que lanzarse.
- Pues nada, Pep, me alegro de haberte vuelto a ver...
- ¡Espera!
- ¿Qué? -preguntó un tanto sorprendida la dependienta.
- Estooo... ¿Te apetecería... tomar un café? Justo ahora iba de camino a ese bar de ahí al lado -Pep decía esto mientras notaba correr una gruesa gota de sudor por uno de sus costados.
- Bueno, no sé... Está bien, pero no creo que me tome un café a estas horas. Una caña en todo caso.
- Lo que quieras -se le encendieron los ojos a nuestro hombre y una sonrisa de oreja a oreja se instaló en su perplejo rostro.
De esta manera ambos se acercaron al bar que quedaba justo enfrente de la zapatería. Pep estaba exultante. No tenía mucha experiencia en el tema de invitar a alguna chica a tomar algo, y esta vez no le había costado nada. Lo malo seguía siendo lo de la novia inventada. A fin de cuentas con eso contaba su nueva amiga. Entraron en el bar y pidieron un par de cervezas. Se acercaron a una mesa y se sentaron. Era hora de poner las cartas sobre la mesa, de echarle narices y de ver en qué paraba todo aquello. Todavía estaba sorprendido de lo fácil que había sido que Laura aceptara acompañarlo.
- Ah, qué bien sabe una buena cervecita después de una jornada de trabajo -comentó satisfecha Laura.
- Sí, no hay nada mejor...
- ¿En qué trabajas tú, Pep?
- Eh... En la bolsa -contestó recordando que esta misma mañana lo habían suspendido de empleo y sueldo.
- ¡Vaya! Ahí se mueve mucha pasta. No me extraña que hayas comprado esos zapatos tan caros, jajaja.
- Verás, Laura... De eso te quería hablar.
- Ah, ya veo; los quieres devolver. No hay problema, lo único es que sólo puedo hacerte un vale para gastar en la tienda. No se reembolsa.
- No, no, jeje. Si los zapatos están muy bien -dijo socorrido Pep-. Es que...
- ¿Qué pasa? -preguntó Laura sin inmutarse, como si en el fondo supiera lo que estaba pasando.
- Es que... verás... yo... -No le salían las palabras, rojo como un tomate
- Eh, tranquilo, hombre, que yo no me como a nadie. Dime.
- Pues que no hay novia ni hay nada, esa es la verdad -por fin lo había dicho, y notaba como se descargaba una gran presión de su interior.
- Ya lo sabía.
- ¡¿Qué?!
- Pero realmente, Pep, no creerás que no me había fijado en ti todos los días que pasabas por delante de la tienda; de quedarte mirándome desde fuera.
Esto era increíble. Resultaba que Laura sabía perfectamente lo que pasaba. Desde el mismo día en que había entrado a trabajar en la zapatería había visto a nuestro tímido muchacho pasar y pararse en el escaparate, y no preciamentes mirando los zapatos. Todos esos días en que había pasado, siempre solo, camino del trabajo. Nunca había fallado, pues siempre, siempre miraba a ver si ella estaba dentro. Pep no se lo podía creer. ¿Sería aquella una buena señal? Eso parecía. De todas maneras ya no había vuelta atrás, y lo que tuviera que ser que fuera.
-Te lo puedo explicar, Laura.
- No, si no hace falta, tranquilo. Se ve que eres buena gente desde lejos.
- Vale, me has descubierto. El mismo día que te vi ya no podía dejar de hacerlo -ya que se había puesto a ello era mejor dejarlo todo claro.
- ¿No me digas?, jajaja -reía feliz la muchacha. Estaba como pez en el agua; se notaba que lo estaba pasando bien.
- Eh, no te burles.
- No, si no me burlo. Me caes bien.
- Y tú a mí -contestó rápido Pep.
- Ya lo sé.
Poco a poco Pep se fue calmando y los dos estuvieron hablando largo y tendido por lo menos durante hora y media, en que tomaron alguna copa más, compartieron muchas carcajadas y miradas y se contaron muchas cosas. Nuestro chico, cada vez más confiado y contento, era un dechado de simpatía y elocuencia y a cada minuto que pasaba notaba como toda su insulsa vida estaba resuelta a abandonarlo, a disolverse sin temor de desaparecer, de dejar paso a todo lo nuevo que estuviera por llegar, sin miedo de lo que ocurriera. Al contrario, Pep estaba exultante y mientras hablaba con Laura pensaba en tomar diversas resoluciones que cambiarían su día a día. Cada vez más decidido a seguir un nuevo camino, desconocido, pero excitante, sabía que por fin tendría el valor y la fuerza de acabar con todo aquello que lo aprisionaba, que lo tenía atado en un comportamiento extraño y lleno de manías que lo esclavizaban hasta el punto de haberlo convertido casi en una máquina, en un programa en el que si alguien intentaba modificar uno de sus mecanismos la respuesta era una anomalía en el funcionamiento que llevaba aparejadas unas consecuencias fatales y totalmente inesperadas, como le había pasado en el trabajo, y que había acabado en el rechazo de sus compañeros por su extraña conducta. Pero ya no se repetiría, sobre todo porque acababa de decidir que lo dejaría, se despediría al día siguiente, por muchas trabas que le pudiera poner Paco. Buscaría un nuevo empleo, pero algo totalmente distinto, que realmente le gustara. Sí, se encontraba feliz hablando en el bar que estaba enfrente de la zapatería donde trabajaba Laura. Pensó en los zapatos que había comprado esa mañana, en ese gasto inútil sólo para conocer a aquella hermosa y simpática mujer con la que ahora estaba charlando y a la que estaba disfrutando y descubriendo. Recapacitó y creyó que tal vez esa compra no había sido tan estúpida, pues tal vez algún día podía regalarle esos zapatos a "alguien".
Terminaron de charlar y se marcharon. Se despidieron en la calle y Laura le dio a Pep un trozo de papel. Éste se quedó observando como se alejaba su amiga y miró el papelillo: había un número de teléfono y a su lado estaba escrito "llámame". Sonrió y puso rumbo a su casa mientras pensaba que definitivamente aquél no había sido un día cualquiera, como ya no lo sería ninguno.
FIN
- ¡Ay!, perdón, perdón... No la había visto -disimuló Pep.
- No se preocupe -dijo Laura mientras se recomponía- Un momento... si eres tú... Pep, ¿verdad? Soy Laura, la de la zapatería. Has estado esta mañana.
- ¡Ahí va! Hola, Laura. Jo, ya me perdonarás. Estás bien, ¿no? Es que soy un despistado.
- Tranquilo, tranquilo, si no es nada -se asomó una leve sonrisa en el rostro de la muchacha.
- ¿Ahora has salido de trabajar?
- Sí, justo ahora, que ya es hora. Por cierto, ¿le gustaron los zapatos a tu novia?
- Eh... Bueno... Es que aún no se los he dado -se le ocurrió decir a nuestro pobre hombre, que seguía mintiendo muy a su pesar.
- Pues le van a encantar, te lo digo yo. Yo misma los compraría, pero son muy caros...
- Ajá...
Era el momento de hacer algo; no podía quedar aquel encuentro en una simple conversación insustancial. Pero, ¿qué hacer? No tenía muchas posibilidades y tampoco se le había ocurrido nada; sólo pensaba en encontrarse con Laura, no había planeado nada. Tal vez eso era lo mejor. Estaba harto de prepararlo todo, de que en su vida nada escapara de estar escrupulosmanete pautado y premeditado. Era hora de empezar a improvisar, de tomar el toro por los cuernos y zambullirse sin más en la vida, y no ir entrando poco a poco, con miedo. Tenía que lanzarse.
- Pues nada, Pep, me alegro de haberte vuelto a ver...
- ¡Espera!
- ¿Qué? -preguntó un tanto sorprendida la dependienta.
- Estooo... ¿Te apetecería... tomar un café? Justo ahora iba de camino a ese bar de ahí al lado -Pep decía esto mientras notaba correr una gruesa gota de sudor por uno de sus costados.
- Bueno, no sé... Está bien, pero no creo que me tome un café a estas horas. Una caña en todo caso.
- Lo que quieras -se le encendieron los ojos a nuestro hombre y una sonrisa de oreja a oreja se instaló en su perplejo rostro.
De esta manera ambos se acercaron al bar que quedaba justo enfrente de la zapatería. Pep estaba exultante. No tenía mucha experiencia en el tema de invitar a alguna chica a tomar algo, y esta vez no le había costado nada. Lo malo seguía siendo lo de la novia inventada. A fin de cuentas con eso contaba su nueva amiga. Entraron en el bar y pidieron un par de cervezas. Se acercaron a una mesa y se sentaron. Era hora de poner las cartas sobre la mesa, de echarle narices y de ver en qué paraba todo aquello. Todavía estaba sorprendido de lo fácil que había sido que Laura aceptara acompañarlo.
- Ah, qué bien sabe una buena cervecita después de una jornada de trabajo -comentó satisfecha Laura.
- Sí, no hay nada mejor...
- ¿En qué trabajas tú, Pep?
- Eh... En la bolsa -contestó recordando que esta misma mañana lo habían suspendido de empleo y sueldo.
- ¡Vaya! Ahí se mueve mucha pasta. No me extraña que hayas comprado esos zapatos tan caros, jajaja.
- Verás, Laura... De eso te quería hablar.
- Ah, ya veo; los quieres devolver. No hay problema, lo único es que sólo puedo hacerte un vale para gastar en la tienda. No se reembolsa.
- No, no, jeje. Si los zapatos están muy bien -dijo socorrido Pep-. Es que...
- ¿Qué pasa? -preguntó Laura sin inmutarse, como si en el fondo supiera lo que estaba pasando.
- Es que... verás... yo... -No le salían las palabras, rojo como un tomate
- Eh, tranquilo, hombre, que yo no me como a nadie. Dime.
- Pues que no hay novia ni hay nada, esa es la verdad -por fin lo había dicho, y notaba como se descargaba una gran presión de su interior.
- Ya lo sabía.
- ¡¿Qué?!
- Pero realmente, Pep, no creerás que no me había fijado en ti todos los días que pasabas por delante de la tienda; de quedarte mirándome desde fuera.
Esto era increíble. Resultaba que Laura sabía perfectamente lo que pasaba. Desde el mismo día en que había entrado a trabajar en la zapatería había visto a nuestro tímido muchacho pasar y pararse en el escaparate, y no preciamentes mirando los zapatos. Todos esos días en que había pasado, siempre solo, camino del trabajo. Nunca había fallado, pues siempre, siempre miraba a ver si ella estaba dentro. Pep no se lo podía creer. ¿Sería aquella una buena señal? Eso parecía. De todas maneras ya no había vuelta atrás, y lo que tuviera que ser que fuera.
-Te lo puedo explicar, Laura.
- No, si no hace falta, tranquilo. Se ve que eres buena gente desde lejos.
- Vale, me has descubierto. El mismo día que te vi ya no podía dejar de hacerlo -ya que se había puesto a ello era mejor dejarlo todo claro.
- ¿No me digas?, jajaja -reía feliz la muchacha. Estaba como pez en el agua; se notaba que lo estaba pasando bien.
- Eh, no te burles.
- No, si no me burlo. Me caes bien.
- Y tú a mí -contestó rápido Pep.
- Ya lo sé.
Poco a poco Pep se fue calmando y los dos estuvieron hablando largo y tendido por lo menos durante hora y media, en que tomaron alguna copa más, compartieron muchas carcajadas y miradas y se contaron muchas cosas. Nuestro chico, cada vez más confiado y contento, era un dechado de simpatía y elocuencia y a cada minuto que pasaba notaba como toda su insulsa vida estaba resuelta a abandonarlo, a disolverse sin temor de desaparecer, de dejar paso a todo lo nuevo que estuviera por llegar, sin miedo de lo que ocurriera. Al contrario, Pep estaba exultante y mientras hablaba con Laura pensaba en tomar diversas resoluciones que cambiarían su día a día. Cada vez más decidido a seguir un nuevo camino, desconocido, pero excitante, sabía que por fin tendría el valor y la fuerza de acabar con todo aquello que lo aprisionaba, que lo tenía atado en un comportamiento extraño y lleno de manías que lo esclavizaban hasta el punto de haberlo convertido casi en una máquina, en un programa en el que si alguien intentaba modificar uno de sus mecanismos la respuesta era una anomalía en el funcionamiento que llevaba aparejadas unas consecuencias fatales y totalmente inesperadas, como le había pasado en el trabajo, y que había acabado en el rechazo de sus compañeros por su extraña conducta. Pero ya no se repetiría, sobre todo porque acababa de decidir que lo dejaría, se despediría al día siguiente, por muchas trabas que le pudiera poner Paco. Buscaría un nuevo empleo, pero algo totalmente distinto, que realmente le gustara. Sí, se encontraba feliz hablando en el bar que estaba enfrente de la zapatería donde trabajaba Laura. Pensó en los zapatos que había comprado esa mañana, en ese gasto inútil sólo para conocer a aquella hermosa y simpática mujer con la que ahora estaba charlando y a la que estaba disfrutando y descubriendo. Recapacitó y creyó que tal vez esa compra no había sido tan estúpida, pues tal vez algún día podía regalarle esos zapatos a "alguien".
Terminaron de charlar y se marcharon. Se despidieron en la calle y Laura le dio a Pep un trozo de papel. Éste se quedó observando como se alejaba su amiga y miró el papelillo: había un número de teléfono y a su lado estaba escrito "llámame". Sonrió y puso rumbo a su casa mientras pensaba que definitivamente aquél no había sido un día cualquiera, como ya no lo sería ninguno.
FIN
Re: Un día cualquiera (FIN)
Estimado XABI, paso disfrutando de estas letras que nos dejas
y compartes, por lo visto te gusta mucho escribir relatos e historias.
Encantada de pasar dejándote mi cordial saludo, desde la distancia.
y compartes, por lo visto te gusta mucho escribir relatos e historias.
Encantada de pasar dejándote mi cordial saludo, desde la distancia.


Re: Un día cualquiera (FIN)
Te lo agradezco, Esmeralda,
Ahora llevo un tiempo largo de descanso... cosas de la salud. Cuando me reponga del todo me pasaré a compartir con todos más relatillos y poemas.
Un abrazo.
Ahora llevo un tiempo largo de descanso... cosas de la salud. Cuando me reponga del todo me pasaré a compartir con todos más relatillos y poemas.
Un abrazo.