LA gente tiende a escandalizarse por cualquier cosa
Publicado: Mar Abr 03, 2012 15:14
La gente tiende a escandalizarse por cualquier cosa, la noticia escabrosa matizada de amarillo escupida por quienes vilmente ostentan el titulo de periodistas; la declaración bastante sensata de aquel actor que se pronuncia a favor de la legalización de la mariguana, o la relación mujer-mujer que llena ahora las planas huecas de las revistas de moda. Cualquier cosa escandaliza a aquellos seres de mentes débiles.
Yo, yo no suelo escandalizarme. Pocas son las cosas que logran apantallarme.
Me muevo sigilosa y en vigilia y por más que me esfuerzo, no lo niego, no logro borrar de mi entraña mi inseparable indiferencia. Voy por la calle y que la gente ande ni me preocupa. Si se cae, si se rompe, si se quema, qué más da. Tal vez me detenga y contemple con fascinación la escena, con la fascinación de quien guarda en su mente imágenes para después plasmarlas con letras. Fuera de eso, solo indiferencia.
Así pues me propuse ese día a obligarme a sentir.
¡Sentir! Que palabra más amena, tan llena de hipocresía barata, de melodrama sin fuerza, de vulgaridad promiscua declarada en cada momento de la vida. Palabrilla simplona, bisílaba y sin la más mínima carga poética.
Pues bien, ese día quise hacerla parte de mi.
Comencé el día como cualquier otro y si ya sé que así comienza todo en mí, pero así es como es. Y andando mis memorizados pasos, quise abrir lo que fuera que se abriera para sentir.
Observé con calma cada escena. El amanecer, el transporte, la gente hablando, el bullicio errante y latente de la multitud corriente. Y nada.
Seguí el día ya convencida de que no lograría mi meta y fue entonces cuando la luz vino a mí. Ese momento preciso, precioso, cargado de vida en el que pude sentir.
Se sentó él frente a mí, cosa por demás trivial y cotidiana y sin embargo, su pluma girando en mi atiborrada mesa me dio lo que necesitaba para sentir.
Me encontraba absorta preparando informes, números calculados a perfección para la junta cuando él, perturbando mi calma, balbuceó apenas algunas cosas que para ser franca, ni comprendí. No quise perder mi tiempo soportándolo.
¡Pero esa pluma girando! ¡Tallando la gastada madera, chirriando secamente en la mesa!
¡Cuánta maravilla me hizo sentir!
Sentí al viento acariciando mi frente, al sol besando mi rostro, el murmullo del mar entonó sus cantos enteramente para mi, y las estrellas, lucecillas quiméricas de noches corrientes bailaron seductoras ante mis pies, descorriendo velos y derramando mieles que endulzaron por completo mi existir.
Y yo, henchida y emocionada, no pude dejar de sentir.
Tome la plateada pluma giratoria de mi escritorio y observándolo a él fijamente, la clavé perfectamente, maravillosamente, secamente, en la cavidad jugosa de su ojo izquierdo, observando deleitada como aquélla pulpa viscosa, testigo de mil historias se derramaba ante mí.
Sentí por un instante, breve, brevísimo instante, la oleada ardiente de un enorme placer.
Continué después con indiferencia, observando a quienes presenciaron la escena. Aterrados los unos, asqueados los otros, sus gritos, sus correderas, sus espantos y lloraderas, lastimeras mentes pequeñas dejándose engullir enteramente pos sus sentimientos.
Yo, yo solo pude sonreír.
La gente tiende a escandalizarse por cualquier cosa.
Yo, yo no suelo escandalizarme. Pocas son las cosas que logran apantallarme.
Me muevo sigilosa y en vigilia y por más que me esfuerzo, no lo niego, no logro borrar de mi entraña mi inseparable indiferencia. Voy por la calle y que la gente ande ni me preocupa. Si se cae, si se rompe, si se quema, qué más da. Tal vez me detenga y contemple con fascinación la escena, con la fascinación de quien guarda en su mente imágenes para después plasmarlas con letras. Fuera de eso, solo indiferencia.
Así pues me propuse ese día a obligarme a sentir.
¡Sentir! Que palabra más amena, tan llena de hipocresía barata, de melodrama sin fuerza, de vulgaridad promiscua declarada en cada momento de la vida. Palabrilla simplona, bisílaba y sin la más mínima carga poética.
Pues bien, ese día quise hacerla parte de mi.
Comencé el día como cualquier otro y si ya sé que así comienza todo en mí, pero así es como es. Y andando mis memorizados pasos, quise abrir lo que fuera que se abriera para sentir.
Observé con calma cada escena. El amanecer, el transporte, la gente hablando, el bullicio errante y latente de la multitud corriente. Y nada.
Seguí el día ya convencida de que no lograría mi meta y fue entonces cuando la luz vino a mí. Ese momento preciso, precioso, cargado de vida en el que pude sentir.
Se sentó él frente a mí, cosa por demás trivial y cotidiana y sin embargo, su pluma girando en mi atiborrada mesa me dio lo que necesitaba para sentir.
Me encontraba absorta preparando informes, números calculados a perfección para la junta cuando él, perturbando mi calma, balbuceó apenas algunas cosas que para ser franca, ni comprendí. No quise perder mi tiempo soportándolo.
¡Pero esa pluma girando! ¡Tallando la gastada madera, chirriando secamente en la mesa!
¡Cuánta maravilla me hizo sentir!
Sentí al viento acariciando mi frente, al sol besando mi rostro, el murmullo del mar entonó sus cantos enteramente para mi, y las estrellas, lucecillas quiméricas de noches corrientes bailaron seductoras ante mis pies, descorriendo velos y derramando mieles que endulzaron por completo mi existir.
Y yo, henchida y emocionada, no pude dejar de sentir.
Tome la plateada pluma giratoria de mi escritorio y observándolo a él fijamente, la clavé perfectamente, maravillosamente, secamente, en la cavidad jugosa de su ojo izquierdo, observando deleitada como aquélla pulpa viscosa, testigo de mil historias se derramaba ante mí.
Sentí por un instante, breve, brevísimo instante, la oleada ardiente de un enorme placer.
Continué después con indiferencia, observando a quienes presenciaron la escena. Aterrados los unos, asqueados los otros, sus gritos, sus correderas, sus espantos y lloraderas, lastimeras mentes pequeñas dejándose engullir enteramente pos sus sentimientos.
Yo, yo solo pude sonreír.
La gente tiende a escandalizarse por cualquier cosa.