Cerco y captura de las almas
Publicado: Vie Nov 11, 2011 03:02
Noelia está dormida en el tresillo rojo que hay junto a la ventana, su pálido rostro cubierto por la larga melena rubia y las manos plegadas sobre su falda; hay un círculo de silencio caliente que la exime de todo lo demás. Su madre Julia sigue llorando como lo hacía ya a media tarde, es tan larga la pena, es tan profundo su pozo de lágrimas rojas, ira y desconsuelo, que todas nos hemos retirado agotadas ante su descarnado abrirse a la tumba del amado. Hay un gato blanco y negro que ronronea a sus pies: es el único ser querido en esta casa, grande, vieja, y que ha perdido los sentimientos dulces por las grietas del dolor, la indiferencia. Hay un gato, unas sombras en la pared, unas ramas que se mueven tras la ventana... Y se halla Gloria cabizbaja, mesurando todo lo que nos va a venir. Lo que aún queda por llegar a la casa de las mujeres solas. Estamos al final, en el mismo final de nuestra conciencia familiar, al final de la calle, somos la última casa a la izquierda, donde no se encienden las luces, donde los paseantes no se detienen a mirarnos... el lugar de los escombros de aquéllas que un día a Dios abandonaron, porque Éste ya las había dejado con una cruel mueca de burla, un susurro que heló sus corazones:
Yo no existo.
Una habitación, una cama para un cadáver, unas velas que arden para que haya aliento de vida en este espacio frío, huraño, profunda boca de lobo. Una cama con dosel, un dueño amortajado, un hilo de saliva surgido de sus labios mal cerrados, nuestros suspiros, el agotamiento general. La enfermedad, dolorosa hasta el hartazgo, dañina en extensión del tiempo como la tortura policial, al fin ha muerto. Ella, lacerante con la carne, explosivo para la esperanza, apagada, también murió.
Lidia sigue mirando como si nos atravesara con sus ojos. Sus ojos abiertos cúal luces al futuro, busca que alguien responda al manto cernido sobre cada una de nosotras. Cuando el silencio se convierte en una interminable letanía, en una apuesta sinfónica por el tempo inacabable, un río de agua mansa devenido de Mähler en pentagramas sin color, mi hermana Lidia pronuncia las palabras que rompen todas las murallas:
-Yo no existo.
Todas lo sabemos.
Yo no existo.
Una habitación, una cama para un cadáver, unas velas que arden para que haya aliento de vida en este espacio frío, huraño, profunda boca de lobo. Una cama con dosel, un dueño amortajado, un hilo de saliva surgido de sus labios mal cerrados, nuestros suspiros, el agotamiento general. La enfermedad, dolorosa hasta el hartazgo, dañina en extensión del tiempo como la tortura policial, al fin ha muerto. Ella, lacerante con la carne, explosivo para la esperanza, apagada, también murió.
Lidia sigue mirando como si nos atravesara con sus ojos. Sus ojos abiertos cúal luces al futuro, busca que alguien responda al manto cernido sobre cada una de nosotras. Cuando el silencio se convierte en una interminable letanía, en una apuesta sinfónica por el tempo inacabable, un río de agua mansa devenido de Mähler en pentagramas sin color, mi hermana Lidia pronuncia las palabras que rompen todas las murallas:
-Yo no existo.
Todas lo sabemos.