Blog-novela: Hasta llegar a tí.....(2)
Publicado: Jue Nov 10, 2011 01:31
Buenos Aires, 30 de Julio 2008
Cuando aterricé en el aeropuerto de Buenos Aires, Ezeiza, jamás pensé que aquel niño que me abrazó fuerte iba a ser el vínculo más fuerte de mi vida allí. He vivido con él momentos tan profundos como dolorosos. Hoy, lo comparo como aquel niño pequeño que se perdió en la selva y al que había que enseñar todo.
Sandro es su nombre. Tenía nueve años cuando llegué allí y una extrema delgadez, que en aquel momento no dí importancia, pero que sin embargo en los días entendí el por qué.
La historia de este niño era poco usual en mi vida. Nunca había asistido a algo así y hoy me doy cuenta de que el destino me puso en su camino con un fin: enseñarle, cuidarle.
Tal y cómo dijo él antes de mi aterrizaje en Buenos Aires: Dios se ha llevado a mi “nona” (abuela) pero me ha puesto a Conce en la ventana.
Recientemente había fallecido su nona, era enferma de Alzheimer o poseía demencia senil. Jamás lo supe porque nadie hablaba del tema. Sólo sé que ella le cuidaba, le daba de comer con sus propias manos mientras él jugaba a los juegos de ordenador en la más absoluta oscuridad. Si, oscuridad, porque esa mujer decidió vivir a oscuras, las ventanas de esa casa permanecían selladas, no entraba ni una gota de luz.
En el aeropuerto de Ezeiza no sólo me esperaban ellos, Sandro y Ariadna, también los habían acompañado en el largo trayecto hasta el aeropuerto, unos trescientos kilómetros, su hermana y su cuñado.
De vuelta hacia Rosario, más concretamente a una ciudad costera del río Paraná, la cual voy a evitar nombrar, todo eran risas y miles de preguntas que no podían ser contestadas en esas dos horas de trayecto.
Sandro iba sentado a mi lado y en su mirada se denotaba admiración. Sentía que para él se había hecho realidad mi anunciada llegada.
©Conxi
Cuando aterricé en el aeropuerto de Buenos Aires, Ezeiza, jamás pensé que aquel niño que me abrazó fuerte iba a ser el vínculo más fuerte de mi vida allí. He vivido con él momentos tan profundos como dolorosos. Hoy, lo comparo como aquel niño pequeño que se perdió en la selva y al que había que enseñar todo.
Sandro es su nombre. Tenía nueve años cuando llegué allí y una extrema delgadez, que en aquel momento no dí importancia, pero que sin embargo en los días entendí el por qué.
La historia de este niño era poco usual en mi vida. Nunca había asistido a algo así y hoy me doy cuenta de que el destino me puso en su camino con un fin: enseñarle, cuidarle.
Tal y cómo dijo él antes de mi aterrizaje en Buenos Aires: Dios se ha llevado a mi “nona” (abuela) pero me ha puesto a Conce en la ventana.
Recientemente había fallecido su nona, era enferma de Alzheimer o poseía demencia senil. Jamás lo supe porque nadie hablaba del tema. Sólo sé que ella le cuidaba, le daba de comer con sus propias manos mientras él jugaba a los juegos de ordenador en la más absoluta oscuridad. Si, oscuridad, porque esa mujer decidió vivir a oscuras, las ventanas de esa casa permanecían selladas, no entraba ni una gota de luz.
En el aeropuerto de Ezeiza no sólo me esperaban ellos, Sandro y Ariadna, también los habían acompañado en el largo trayecto hasta el aeropuerto, unos trescientos kilómetros, su hermana y su cuñado.
De vuelta hacia Rosario, más concretamente a una ciudad costera del río Paraná, la cual voy a evitar nombrar, todo eran risas y miles de preguntas que no podían ser contestadas en esas dos horas de trayecto.
Sandro iba sentado a mi lado y en su mirada se denotaba admiración. Sentía que para él se había hecho realidad mi anunciada llegada.
©Conxi