
EL POETA
Llegó un día cualquiera… Se detuvo a la entrada del pueblo, dejó caer al suelo su miserable equipaje. Su mirada de halcón, sagaz y penetrante abarcó el entorno del paisaje.
De su enjuta figura no se podía extraer nada destacable. Sólo sus ojos negros y de mirar profundo denotaban una férrea voluntad, aparentemente dotada de un espíritu indomable.
El rancherío que se extendía ante su vista pareció ser de su agrado. Se frotó las manos, tomó sus bártulos y se encaminó rumbo al pueblo, al que apenas alcanzó a apreciarlo en rápida mirada, y ya decidió que podría ser el refugio para sus nostalgias. El manantial donde abrevarían sus ilusiones.
Y tal vez… el lugar donde el otoño de su vida se fuera deshojando despaciosamente, detrás de un invierno que inexorablemente le sobrevendría…
A poco avanzó, fue recibido por un coro de ladridos, que bruscamente rompieron la monotonía de la tarde calurosa y soporífera, marcando los minutos siempre iguales de la siesta cotidiana.
Algunos ventanucos se entreabrieron, miradas curiosas, pero todas recubiertas de esa indiferencia que dan los años con sus días siempre iguales, acostumbrados a que nunca llegaba nadie que valiera la pena, o mereciera una especial consideración.
Y casi de inmediato dejaron de prestarle atención. No se modificó el paisaje: seguía solitaria la larga y polvorienta calle que llevaba hasta las mismas entrañas del pueblo, y donde sólo resaltaban el viajero y su equipaje, y los mastines con sus ladridos.
Siguió adelante tras secarse el sudor de su cara con un pañuelo de color indefinido, que extrajo de uno de sus bolsillos de su harapiento saco.
Su mirada se cruzó con la de un obeso personaje, que a la sombra de un viejo árbol, le observaba, mientras rumiaba los rezagos de un reciente y pantagruélico almuerzo.
Rápidamente se le acercó. “Buenas tardes vecinos, ¿cómo está? Mi nombre es Juan. He venido a asentarme en la vecindad. Y desde me ofrezco a echarle mano a todo trabajo o changa en que se necesite a alguien con ganas de “transpirar”.
Mi profesión es la que la vida me presente en el momento que sea. Tanto corto pasto, doy vuelta tierra, hago de albañil, pescador, lo que sea, mire”.
“¡Ah! y además, soy poeta!”.
¿Lo qué?... Pescador, albañil, corta pasto? Eso se entiende, pero… ¿poeta?... y eso ¿con qué se come?... para qué necesitamos un poeta en el pueblo?...
¿Para qué sirve un poeta?
“Verá vecino, el ser humano también necesita “alimento para el alma”, para crecimiento de su “yo interior”. Y un poema escrito y leído al amanecer cuando Febo comienza tímidamente a asomar sus rayos, es un buen reconstituyente para comenzar el día con ganas.
O en la inspiración que trae el ocaso cuando el astro rey se esconde detrás del horizonte, entonces también es buen momento para estampar en el papel la volcánica erupción del alma, que pugna por echar fuera su sentir, alegrías y pesares…
Vea vecino, por ejemplo: “Es esa cinta plateada /que entre verdes se desliza / ha de mostrarnos su prisa / en un río de esperanzas / alargando la confianza / en una estela de amor”.
¡Vaya! Había sido rápido el mocito para la prosa.
“También está el enamorado que le escribe a su amada los versos que Cupido inscribe en su corazón con la flecha de sus sentimientos.
Entre otras cosas podría decirse: “La amaba tanto / que mi alma indiferente / a sensateces de razón presente / sólo por ella miraban mis ojos /y bajo su impulso vibraba el corazón”.
“O aquel ser desengañado que escribe procurando volcar en el papel, el dolor y el llanto de su corazón ardiente y herido, quemándose en la indiferencia del ser por quien ha sufrido.
¡Siempre hay un motivo para hacer poesía!”.
Un acceso de tos le imposibilitó de seguir hablando. Su cuerpo se agitó en violentas convulsiones, y cayó pesadamente al suelo.
Sorprendido, su circunstancial interlocutor intentó ayudarle a que se levantara.
Pero el viajero le dijo: “Deje nomás, compañero, no tiene caso. Es consecuencia de una mala fiebre que contraje por esos mares del mundo, en la lucha por despejar imbornales ante los embates de los golpes del mar, ¡cof! ¡cof!. Alguien me dijo que también puede ser obra de alguna maliciosa vieja calchona chilena, o algún chamán peruano, pagados quizás por alguna despechada mujer…, causa y efecto, hecho y consecuencia de alguna de las tantas noches de bohemia, grotesca mascarada de corazones transidos de dolor, virulenta erupción de seres desechados a la vera del camino, buscando en la penumbra de trasnochados burdeles, el amor perdido en recovecos ya casi olvidados de su vida, pero cuyo dolor aún es manifiesto, como una espina clavada muy profundamente en el corazón… ¡cof! ¡cof!”.
Pero si está seguro de que le han hecho daño, ¿en ningún momento pensó en tomar venganza?
“¿De qué valdría? Además, no se si por ignorancia o convencimiento propio, me considero integrante de la congregación de fieles que tiene su vicario como representante de Cristo en la tierra. Y Cristo dejó al mundo sus enseñanzas de amor, y no inculcó el ánimo de venganza.
Solamente a través de mis pobres versos puedo hallar consuelo y descanso para mi alma. Escuche: “Es el verso del poeta / voz del alma / un corazón que sincerarse quiere / con la prosa que acusa permanente / injusticias eternas de la vida / y al poderoso que manda indiferente”.
“Bueno vecino, sigo mi camino, he de buscar algún conchabo aunque sea, que me permita establecerme por un tiempo, a restaurar mis arcas ya venidas muy a menos. Nos vemos en cualquier momento”.
Y el forastero siguió su camino, dejando prendida en el aire soporífero de la tarde, una última estrofa: “Me voy, he de partir / pero quizás siga presente / en las coplas que me inspira el sentimiento / sabiendo que la carne es pasajera / veleidosa es la fama con su brillo / livianas cosas que se lleva el viento…”.
El lugareño se queda mirando como el recién llegado se pierde en lontananza, mientras piensa… ¿poeta? ¡vaya! Las cosas que nos trae la vida en su diario y constante trajinar…
Poeta… me pregunto ¿Cuándo Dios creó al mundo habrá tenido en cuenta a la poesía?
Mira tú… ¿Y no será que la vida misma es poesía?”.
Tal vez debamos aprender a consustanciarnos poéticamente con la misma vida, en su entorno, con sus claroscuros, sus cosas buenas y malas, donde tal vez si supiéramos “mirar” encontraríamos que la risa, el llanto, el dolor, la alegría, amalgamados, pueden convertirse en poesía…
La de sorpresas que nos puede traer un andrajoso viajero, con su bagaje de sueños, recuerdos, experiencias y esperanza en el futuro…
¡Si señor!...”.
El lugareño se limpió con rápido movimiento de su brazo, un trazo de grasa, pequeño vestigio del pasado almuerzo, que rebelde, aún permanecía en su fino bigotillo.
Arrellanó como pudo su humanidad en el asiento, recostando sus anchas espaldas al tronco del árbol donde acunaba sus sueños, perennes anhelos, que a pesar que el tiempo transcurría lentamente, día tras día, en lugar de perderse en la nada, él los atizaba en una dulce apatía ensoñadora, que cobraba fuerzas en su cotidiana siesta.
Masculló por lo bajo unas casi ininteligibles palabras… “poeta”…. ¡vaya con la poesía!”.
plumaroja
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