A primera hora de la mañana, cual una sombra descolgada del alba que quizás se rompió y anda herida por ahí, he visto a un lobo cruzar un fangal, la cabeza gacha, no oteaba su mirada en tantos lobos orgullosa, otra cosa que el agua sucia por donde sus patas chapoteaban, andando dificultosamente. No era el lobo imperial, vencedor en la noche, que le aulla a la blanca y desnuda luna, el objeto del deseo de los hombres desde tiempos inmemoriales. No era el animal cazador, el cánido que se resistió a la cadena, que no admitió caricias humanas... era un animal triste, perdido, orillando entre cañadas, cruzando el curso de un modesto río, adornado tenuemente por la luz fría de la mañana: sin colores de alegría, con un sol que parecía forjado en lo glaciar.
El no me ha visto, ha seguido paso vereda arriba, cansado, cual si el mundo ya no le importara: las orejas gachas, el hocico raspando el agua, tal diríase que ésos sus ojos tan preciosos, fascinantes cuevas hacia parajes no hollados, lloraban. Ese era un lobo sin dominio, apátrida, sin pareja, sin familia. No pertenecía a nadie ni ningún territorio era el suyo. Un lobo solitario que no entendía que diablos hacía en este mundo. Y seguía su senda hacia la soledad amarga.
El no me ha visto, pero yo si me he visto en él.
