LA CASA DE MI PADRE
Publicado: Vie May 14, 2010 06:30
Llegó Jesús al templo por la dorada puerta
a celebrar la Pascua; pero se sorprendió.
Un tufo sofocante lo puso bien alerta
y un desquiciante estrépito que luego lo aturdió.
Hallose con aquella profanación abierta
donde gritaban todos, y el precio discutían;
chillaban y buscando la más jugosa oferta,
sus voces entre bueyes y ovejas se perdían
Jesús subió las gradas incrédulo, solemne,
en medio del barullo de aquella turba impía
y su divino rostro tan lúcido e indemne
se endureció de pronto y en ira se encendía.
Vió por ahí unos trozos de cuerda despistados
y los trenzó temblando y un látigo formó
y comenzó a blandirlo sobre desconcertados
cambistas cuyas mesas al suelo derribó.
Rodaron las monedas, volaron las palomas,
balaron las ovejas con sórdido clamor.
Olían a pecado y a fétidos aromas
aquellos mercaderes; a estiércol y temor.
¡Afuera, vamos, fuera! gritaba el Nazareno.
La casa de mi Padre es casa de oraciones
y ustedes la han trocado sin fe, sin luz, sin freno
en antro de negocios y en cueva de ladrones.
Y continuaba dando violentos latigazos
mientras desconcertados buscaban la salida.
El celo por la casa del Padre daba trazos
de ser un celo santo, sin tasa, sin medida.
Muy pronto el atrio inmenso apareció vacío.
Jesús estaba solo, jadeante, sudoroso
y lo envolvió el silencio y el viento caluroso
llevaba su plegaria: "¡perdónalos, Dios mío...!"
Heriberto Bravo Bravo SS.CC
a celebrar la Pascua; pero se sorprendió.
Un tufo sofocante lo puso bien alerta
y un desquiciante estrépito que luego lo aturdió.
Hallose con aquella profanación abierta
donde gritaban todos, y el precio discutían;
chillaban y buscando la más jugosa oferta,
sus voces entre bueyes y ovejas se perdían
Jesús subió las gradas incrédulo, solemne,
en medio del barullo de aquella turba impía
y su divino rostro tan lúcido e indemne
se endureció de pronto y en ira se encendía.
Vió por ahí unos trozos de cuerda despistados
y los trenzó temblando y un látigo formó
y comenzó a blandirlo sobre desconcertados
cambistas cuyas mesas al suelo derribó.
Rodaron las monedas, volaron las palomas,
balaron las ovejas con sórdido clamor.
Olían a pecado y a fétidos aromas
aquellos mercaderes; a estiércol y temor.
¡Afuera, vamos, fuera! gritaba el Nazareno.
La casa de mi Padre es casa de oraciones
y ustedes la han trocado sin fe, sin luz, sin freno
en antro de negocios y en cueva de ladrones.
Y continuaba dando violentos latigazos
mientras desconcertados buscaban la salida.
El celo por la casa del Padre daba trazos
de ser un celo santo, sin tasa, sin medida.
Muy pronto el atrio inmenso apareció vacío.
Jesús estaba solo, jadeante, sudoroso
y lo envolvió el silencio y el viento caluroso
llevaba su plegaria: "¡perdónalos, Dios mío...!"
Heriberto Bravo Bravo SS.CC