en rígidos cipreses de un cementerio triste,
a intervalos sonaba, un rumor que persiste
sin romper el silencio que en el lugar se hallaba.
Hay una llama ardiente que de fuego se viste
de un cirio muy pequeño que apenas alumbraba,
y daba unos reflejos que fantasmas creaba
bailando entre tinieblas la danza que no existe.
En una fría lápida una anciana en su mano
sostenía la vela que de milagro ardía
y donde se escuchaba la silente oración
que a su marido muerto, dedicaba no en vano,
pues al rezar hallaba la paz y la alegría
que inundaba hasta el alma de gran satisfacción.
Porque si al cielo llegan
las súplicas y ruegos que provocó el dolor,
vendrá lluvia divina, con las gotas de amor