esa mujer casta y pura,
la reina de mis amores,
se acostaba con el cura.
No lo pude imaginar;
tan perfecta y delicada
tan bonita arrodillada
que era diosa ante su altar.
Solo a Dios quería amar:
Sus risas eran loores,
sus aromas los de flores,
yo no sé por qué sería
ni el porqué en ese día
se confirman mis temores.
Era su trato exquisito,
tan suave y deliciosa
que en mi jardín era rosa,
en mi ría mi barquito
y en mi desierto un charquito.
Era tanta su dulzura,
que me lancé a la aventura
que yo siempre reclamaba,
y solamente me daba
esa mujer casta y pura.
Era su alcoba la albura
pues sin haber comulgado
como el sexo era pecado
su placer era tortura
y su negación segura.
Era el rubor sus colores,
lo sexual sus horrores,
fíjate como sería
que nunca la llamaría
la reina de mis amores.
Una noche enardecido
me dijo que la esperara
hasta que a Dios le rezara.
Me despertó su ronquido.
y mi sexo reprimido
con enorme calentura,
fue siguiendo su figura
hasta saber el misterio,
que encontró en el monasterio;
se acostaba con el cura