la tenue claridad de la mañana,
de par en par, detrás mi ventana,
contemplo a un corazón abrir su puerta.
Su inmensa soledad me desconcierta;
un prado todo verde se engalana,
con la gota indecisa casi humana
que amamanta a una flor recién abierta.
Al fondo un riachuelo cantarino,
a la jara que asoma su sonrisa
su nítido cristal sirve de espejo,
y al percibir siguiendo su camino,
el beso tierno y tibio de la brisa;
siento la placidez de hacerme viejo.