Poema para después de olvidar a una mujer.
Publicado: Dom Mar 26, 2017 08:37
Al cabo de dos días de abandonarte en mitad del olvido, tu amor comienza a zumbar detrás de mi oreja. De repente, se pone a juguetear en una de mis pestañas o me tuerce el cuello, y la gente alrededor se extraña. Yo también me extraño. ¿Es que acaso no te has ido? ¿No estás lejana igual que el horizonte? ¿No eres ésa luna que miro y que me mira de regreso, pero que no le pertenece sino al tiempo, al mar incandescente y desatado?
Es inaudito.
A veces me escondo en la rutina, en tantas labores que nunca terminan y entonces, como un zarpazo aparece tu nombre, tus piernas, tu voz acariciándome el lóbulo, y es difícil quedarse solo, apagado. Esta soledad no me pertenece. Es preciso estar solo, mujer, pero de alguna manera fluyes alrededor de mi cuerpo y todo el cuerpo me zumba con tu imagen. Tu amor me sobrevive.
Te traigo conmigo igual que mis pies, mis zapatos, mis ojos, mi corazón. Si te arranco, se me echa a correr la vida, la sangre se me estanca, la mirada se me enfría, pierdo parte de mi alma, de mi cuerpo y de mi historia, se deshacen mis huesos como una larga fila de hormigas asustadas. Ahora mismo puedo ver a tu amor, acomodado encima de mi hombro, leyendo todo lo que escribo.
A veces me encierro en los hábitos y por la puerta entran, igual que una sombra incrustada a mi espalda, tus cabellos ondulados como olas de mar rabioso, con su olor de tunas tiritando, pintando el cuarto entero de río incandescente, de amarillo veraniego.
¿Dónde estás ahora? ¿En qué otro hombre guardas tu impalpable amor de arquitecturas? Palacios enteros, inequívocos en sus plantas oscuras, sus retratos.
Estoy en medio de ti, abandonado, jugando con las migajitas de nuestro amor.
Igual que un hombre abriendo la palma de la mano, soltando el puño de arena, te abandono. Te olvido.
Pero tú eres la tormenta.
Eres el desierto, amor mío.
Del poemario "Oropel".
Es inaudito.
A veces me escondo en la rutina, en tantas labores que nunca terminan y entonces, como un zarpazo aparece tu nombre, tus piernas, tu voz acariciándome el lóbulo, y es difícil quedarse solo, apagado. Esta soledad no me pertenece. Es preciso estar solo, mujer, pero de alguna manera fluyes alrededor de mi cuerpo y todo el cuerpo me zumba con tu imagen. Tu amor me sobrevive.
Te traigo conmigo igual que mis pies, mis zapatos, mis ojos, mi corazón. Si te arranco, se me echa a correr la vida, la sangre se me estanca, la mirada se me enfría, pierdo parte de mi alma, de mi cuerpo y de mi historia, se deshacen mis huesos como una larga fila de hormigas asustadas. Ahora mismo puedo ver a tu amor, acomodado encima de mi hombro, leyendo todo lo que escribo.
A veces me encierro en los hábitos y por la puerta entran, igual que una sombra incrustada a mi espalda, tus cabellos ondulados como olas de mar rabioso, con su olor de tunas tiritando, pintando el cuarto entero de río incandescente, de amarillo veraniego.
¿Dónde estás ahora? ¿En qué otro hombre guardas tu impalpable amor de arquitecturas? Palacios enteros, inequívocos en sus plantas oscuras, sus retratos.
Estoy en medio de ti, abandonado, jugando con las migajitas de nuestro amor.
Igual que un hombre abriendo la palma de la mano, soltando el puño de arena, te abandono. Te olvido.
Pero tú eres la tormenta.
Eres el desierto, amor mío.
Del poemario "Oropel".