La muerte.
Publicado: Mar Jun 05, 2012 13:57
Fue un día cualquiera cuando la muerte entró a mi casa.
No llamo a la puerta, no saludo a nadie.
Entro a mi cuarto sin hacer un solo ruido.
Agarro una silla, y se sentó.
No dijo una palabrá en días.
Pero me seguía con la mirada.
Yo estaba asustado por su frialdad.
Por el frio de su cuerpo.
Por el negro de su traje.
Pero, esto no era nada.
Nada comparado con su silencio.
La muerte vino por mi.
Estaba en mi casa, en mi cuarto, en mi mente.
Pero hasta muy tarde, me llevó consigo.
Por las tardes, la muerte se paraba y caminaba conmigo.
Tarareaba esa canción que todos sabemos, pero nadie recuerda.
Pero la muerte, no siempre fue así.
Otras tardes, días o noches, la muerte se paraba molesta.
Y se plantaba frente a mi.
Su piel quebrada, sus labios blancos. Sus manos temblaban.
Y sus ojos negros, huecos, vacios, sin vida, no reflejaban nada.
Entonces, yo me sentaba y escribía.
Escribía sin parar, sin detenerme.
Incluso sin saber de verdad lo que escribía.
La muerte leía cada palabra, cada letra.
Una noche, mientras yo dormía.
La muerte empezó a recitar un poema que había escrito.
Lo recitó sin ningun fallo, no cambio ni un acento.
Me senté al borde de la cama y le miré a los ojos.
- No me asustas - le dije.
La muerte me miró, y continuó recitando.
Otro día, como esté o como mañana.
Me decidí a escribir.
Y escribí tanto como pude.
Escribí sobre lo aborrecible que puede llegar a ser la gente.
Sobre cuanto odio esos estúpidos asuntos de oficina que nunca terminan por arreglarse.
Escribí, incluso, sobre mi madre.
Entonces, sentí un frio en mi cuello.
Y una mano helada se entrelazo con la mia.
Y la muerte, con infinita dulzura, me dijo:
"Tomate tu tiempo, chico, que yo te estaré esperando".
Ethan Hdez.
No llamo a la puerta, no saludo a nadie.
Entro a mi cuarto sin hacer un solo ruido.
Agarro una silla, y se sentó.
No dijo una palabrá en días.
Pero me seguía con la mirada.
Yo estaba asustado por su frialdad.
Por el frio de su cuerpo.
Por el negro de su traje.
Pero, esto no era nada.
Nada comparado con su silencio.
La muerte vino por mi.
Estaba en mi casa, en mi cuarto, en mi mente.
Pero hasta muy tarde, me llevó consigo.
Por las tardes, la muerte se paraba y caminaba conmigo.
Tarareaba esa canción que todos sabemos, pero nadie recuerda.
Pero la muerte, no siempre fue así.
Otras tardes, días o noches, la muerte se paraba molesta.
Y se plantaba frente a mi.
Su piel quebrada, sus labios blancos. Sus manos temblaban.
Y sus ojos negros, huecos, vacios, sin vida, no reflejaban nada.
Entonces, yo me sentaba y escribía.
Escribía sin parar, sin detenerme.
Incluso sin saber de verdad lo que escribía.
La muerte leía cada palabra, cada letra.
Una noche, mientras yo dormía.
La muerte empezó a recitar un poema que había escrito.
Lo recitó sin ningun fallo, no cambio ni un acento.
Me senté al borde de la cama y le miré a los ojos.
- No me asustas - le dije.
La muerte me miró, y continuó recitando.
Otro día, como esté o como mañana.
Me decidí a escribir.
Y escribí tanto como pude.
Escribí sobre lo aborrecible que puede llegar a ser la gente.
Sobre cuanto odio esos estúpidos asuntos de oficina que nunca terminan por arreglarse.
Escribí, incluso, sobre mi madre.
Entonces, sentí un frio en mi cuello.
Y una mano helada se entrelazo con la mia.
Y la muerte, con infinita dulzura, me dijo:
"Tomate tu tiempo, chico, que yo te estaré esperando".
Ethan Hdez.