Abrí las ventanas y ahí seguías;
Inmóvil y desesperadamente tácita.
Obligué a mi postura y mis nervios,
Para disponer del ángulo,
Para observar tu quejumbrosa e inmutable,
Desesperación ampulosa, falto de gracia y de estilo.
Me postré,
Quisquilloso debido a mi belicosa postura aguerrida,
Y a mi normal atonía matinal,
Debida quizá al mal sueño tormentoso que causa mi paupérrimo pasado.
Libre de culpa,
Atiné de mala incipiente primer tarea sobre la de zascandilear;
¡Si!, a su alrededor.
A ocuparme de la indolencia que me encolerizaba hasta la médula…
…La de tu presencia,
La simple vista de “aquella” me retorcía las vísceras,
Me producía una especie de asco pleural,
Y de a poco, mi cuerpo se lo daba a entender.
…Mancha roja…
Rechinan mis dientes,
Mi garganta se doblega y sufre el líquido plasmático,
Tanto como es de pensar,
Como cualquier moribundo, o talvez, debería decir “humano”…
…Es mi necesidad, la de ver mi pululante organismo,
Trabajando contra el tiempo,
Y sufriendo la mediocre muerte,
Y acción talvez, de aquel que ya sabe que está perdido.
…“Simple curiosidad”…
Pero, es mi deseo, y quiero ser sincero contigo,
…Quiero que esto quede solo entre tú, las paredes y yo…
¿Es posible?,
¿Gozaría yo de tu confianza, querido mortal?...
Mi par…
¿Mi igual?... “Quizá”…
El miedo me corroe,
Cada célula de mi cuerpo clama la muerte,
Y traigo consigo los deseos más bajos,
Que la mente del bienaventurado, desconoce por completo.
Y es por desgracia,
La enfermedad.
La simpleza de la airosa naturaleza en su creación diabólica,
Que se ríe, de aquella. “La Obra maestra del Señor”.
“Que iluso”
Como te comprendo y sabrás de seguro,
Adorar la calma y atesorar los últimos momentos,
No te sirven de mucho mientras ocupa tu cuerpo,
…cariñosamente llamada por mi, la diabla roja.
…Me repongo…
Mis huesos derrapan hacia la calamidad,
Trato de no caer, sin embargo,
Trato mi estado como un leve trabajo de castidad,
¡Oh letargo!, ¡Cómo eres de cruel!...
Me dejo disponer según yo vislumbro,
De una fuerza involuntaria sobre aquel lecho,
Del cual ya ni damiselas, ni damas, o esposas quieren compartir,
Una tos ferina amarga quiebra por el cuarto…
…Los cuadros caen…
El metal amargo cierra el paso y tiernamente deposita su mano,
Mortal y ambigua, casi heroica sobre mí pecho,
Manchando aquella mis manos,
Y mi brazo derecho.
De aquel suceso,
Hasta hoy solo dejo unas cuantas líneas,
Que solo mi mano buena,
Mi mano izquierda que recuerda...
La llamada tuberculosis,
Mi amiga infalible…
Que bello recuerdo el tuyo,
De mi brazo en el frío invierno…
Dejándome para siempre en la flor del primaveral año nuevo.
Inmóvil y desesperadamente tácita.
Obligué a mi postura y mis nervios,
Para disponer del ángulo,
Para observar tu quejumbrosa e inmutable,
Desesperación ampulosa, falto de gracia y de estilo.
Me postré,
Quisquilloso debido a mi belicosa postura aguerrida,
Y a mi normal atonía matinal,
Debida quizá al mal sueño tormentoso que causa mi paupérrimo pasado.
Libre de culpa,
Atiné de mala incipiente primer tarea sobre la de zascandilear;
¡Si!, a su alrededor.
A ocuparme de la indolencia que me encolerizaba hasta la médula…
…La de tu presencia,
La simple vista de “aquella” me retorcía las vísceras,
Me producía una especie de asco pleural,
Y de a poco, mi cuerpo se lo daba a entender.
…Mancha roja…
Rechinan mis dientes,
Mi garganta se doblega y sufre el líquido plasmático,
Tanto como es de pensar,
Como cualquier moribundo, o talvez, debería decir “humano”…
…Es mi necesidad, la de ver mi pululante organismo,
Trabajando contra el tiempo,
Y sufriendo la mediocre muerte,
Y acción talvez, de aquel que ya sabe que está perdido.
…“Simple curiosidad”…
Pero, es mi deseo, y quiero ser sincero contigo,
…Quiero que esto quede solo entre tú, las paredes y yo…
¿Es posible?,
¿Gozaría yo de tu confianza, querido mortal?...
Mi par…
¿Mi igual?... “Quizá”…
El miedo me corroe,
Cada célula de mi cuerpo clama la muerte,
Y traigo consigo los deseos más bajos,
Que la mente del bienaventurado, desconoce por completo.
Y es por desgracia,
La enfermedad.
La simpleza de la airosa naturaleza en su creación diabólica,
Que se ríe, de aquella. “La Obra maestra del Señor”.
“Que iluso”
Como te comprendo y sabrás de seguro,
Adorar la calma y atesorar los últimos momentos,
No te sirven de mucho mientras ocupa tu cuerpo,
…cariñosamente llamada por mi, la diabla roja.
…Me repongo…
Mis huesos derrapan hacia la calamidad,
Trato de no caer, sin embargo,
Trato mi estado como un leve trabajo de castidad,
¡Oh letargo!, ¡Cómo eres de cruel!...
Me dejo disponer según yo vislumbro,
De una fuerza involuntaria sobre aquel lecho,
Del cual ya ni damiselas, ni damas, o esposas quieren compartir,
Una tos ferina amarga quiebra por el cuarto…
…Los cuadros caen…
El metal amargo cierra el paso y tiernamente deposita su mano,
Mortal y ambigua, casi heroica sobre mí pecho,
Manchando aquella mis manos,
Y mi brazo derecho.
De aquel suceso,
Hasta hoy solo dejo unas cuantas líneas,
Que solo mi mano buena,
Mi mano izquierda que recuerda...
La llamada tuberculosis,
Mi amiga infalible…
Que bello recuerdo el tuyo,
De mi brazo en el frío invierno…
Dejándome para siempre en la flor del primaveral año nuevo.