Impresiones de Salamanca
I
Cruzadas las montañas, vislumbro las llanuras
arenosas y áridas, con pequeños y claros
pinares esparcidos. Ningún suceso digno
de mención me ocurrió. Llegado el mediodía
me encontraba en lo alto de una bella colina,
y desde allí miré, los rayos que posaban
en la cúpula vieja de la gran catedral
que adorna a Salamanca, la ciudad melancólica.
Iglesias y conventos seducen al viajero,
por sus aglomeradas y grotescas figuras
que lucen las fachadas de recintos sagrados
donde el estilo gótico resalta misterioso,
como una gris sonrisa que compensa al que llega.
Los techos apiñados de casas y palacios
forman una diadema de color rosa té
haciendo que resalten sus terrazas unidas.
Bendito el que pasea por sus calles amadas,
donde el tinte del polvo resplandece en los muros,
cubierto por un velo de nostálgica luz.
Las posadas reposan con antigua paciencia,
mostrando docilmente sus alcobas de piedra
donde humildes arrieros descansan fatigados
en miserables camas, mientras en los corrales
los huéspedes equinos esperan a sus amos.
Cuando la noche baja la ciudad se entristece
como un gran cementerio rodeado del murmullo,
de las aguas que fluyen del somnoliento río.
Nombres extraños tienen, las calles y las plazas;
"La calle de los muertos" La plaza de San Blas"
recordando la historia de algunos personajes,
cuyos ropajes viven en los pálidos arcos
de mansiones rojizas, y medallones toscos.
Desde el puente romano, se descubre asentada
"sobre sus tres colinas, mientras duerme confiada
al son de mandolinas" Escribia el poeta
que amaba con ternura la bella Salamanca.
De unida arquitectura, sus nobles edificios;
sus plazas, sus iglesias, sus palacios, sus casas;
y la Universidad que aguarda silenciosa
el bullicio y regreso de sus hijos ausentes.
II
Las tristes campanadas, invitan al rosario
en la oscura capilla. El cielo tapizado
de brillantes estrellas, embellece los cantos
que los monjes entonan frente a un Cristo sangrante.
En otro altar cercano, en fila, arrodilladas,
las monjas Carmelitas murmuran padres nuestros.
En este gran convento, la vida se contempla
sombría y taciturna, igual que los objetos.
En las noches las calles teológicas y muertas
se tornan amarillas, mientras agonizantes
eléctricas ampollas, que poca luz arrojan,
alargando las sombras como cuerpos andando.
En estas mismas calles, el joven Espronceda,
corrió alucinado en pos de la mujer
que sorprendiera orando; su encanto y su misterio
cubría su figura "velada en blanco traje".
A medida que avanzo la ciudad languidece,
algunas partes lucen completamente a oscuras,
y sus espesas sombras parecen cadavéricos
ejércitos, que vienen asechando mis pasos.
Una campana vuelca su fúnebre salmodia,
que el aire va empujando por los muros y torres,
cual mensaje horriplente, nacido de ultratumba,
para volverse línea sonora he imperceptible.
Frente a mis ojos duermen, los arcos sobre el Tormes,
que se remontan, dicen, a tiempos de Trajano.
El bello puente extraña la antigüa Salmántica,
en donde los romanos gozaron de su paz.
¡Que placer guarda el alma que pasea de noche,
bajo el cielo ataviado de un silencio absoluto!
La brisa tibia y firme me recuerda el cansancio
y como un viejo inquieto, me regreso soñando.
La noche emite un canto sólido y silencioso,
que se disuelve lento, mientras asoma el alba.
La frescura del aire se cuela con la luz.
Y yo despierto alegre después de un buen descanso,
igual que un mirlo ansioso de continuar volando,
en medio de la paz, que impregna la mañana.
De un cercano café me llagaron aromas
deliciosas, que abrieron de golpe mi apetito.
III
La gente comentaba de caballos y toros.
Veintiocho toros iban a torearse en las fiestas.
En las plazas bullicio,en las calles delirio.
¡Que preciosas muchachas! ¡Que sombreros tan lindos!
sus trajes de colores vistosos y chillones,
alternan con su risa graciosa y pasional.
¡Hoy Salamanca vive! ¡Hoy Salamanca canta!
Y los toreros buscan un toro que de juego.
Cuatro días se pasan como un suspiro rojo,
que los toros ya muertos dejaron en el ruedo.
Y vuelven las aromas de los viejos jardines,
a treparse en las nubes, que suben como el trigo.
Las ovejas y cabras recubren las colinas,
cual angulosas piedras en los rocosos valles.
Toros de Lidia braman en la extensión inmensa,
mientras otros resoplan, arrastrando el arado.
Cerca de Salamanca viven los labradores;
ellos siembran el trigo, y el pan nunca les falta.
En sus fiestas, el vino, se acompaña cantando;
y de las "habas verdes" se compone su baile.
El sombrero del charro tiene baja su copa;
con un botón dorado su camisón adorna,
y su chaleco luce terciopelo estampado,
con botones de plata, y su cinto de cuero.
¡Cuéntanos tus leyendas tapizadas de oro,
bajo un cielo abrazado por campanas y piedras!
Tienes aroma dulce como la miel silvestre,
¡Oh Salamanca bella! Unamuno pensaba
dejarte sus recuerdos, para regocijarte
con la luz de sus versos, porque en ellos quedaste,
cual viejo relicario mostrando su grabado:
un viajero en el puente, y un toro bajo el árbol.
Despues de tantas cosas, guardé las impresiones,
multiplicando esencias de torres y jardines,
de muros, de conventos, de gentes y balcones,
de iglesias y palacios. Manifiesta ternura
acompaño mi viaje de majestuosos vuelos,
hasta llegar al fondo de los sueños eternos,
donde mis pies buscaron las huellas de la historia,
que aquellos grandes hombres dibujaron con letras.
Autor Copyright © Germán G