Eran aproximadamente las 18:00 horas de un día viernes de marzo, hacía por lo menos 30 grados de calor y estaba Haded sentado en una pizzería sobre la calle Florida tomando una cerveza cuando de pronto apareció caminando Borges de la mano de una mujer muy distinguida y mucho más joven que él, apuró un trago de ese exquisito brebaje amarillo espumoso y siguió con la vista la escena que se le presentaba; la dama parecía conversar locuazmente con el anciano, y él parecía escuchar todo lo que ella hablaba sin emitir sonido alguno. Sin embargo, en un momento dado, le susurró algo a su compañera al oído al pasar frente a una tienda de antigüedades. Ella comprendió todo perfectamente y entró en la tienda, mientras Borges esperaba afuera con su mirada retraída y austera, apoyado sobre un bastón. Al rato sale ella con un objeto que brillaba al sol y Haded supo enseguida que se trataba de un espejo; la cara de Borges pareció adquirir una dimensión infinita de orgullo y alegría, creo, pensó Haded, que su alguna vez Borges fue feliz, lo fue en ese momento y no en otro.
Resultaba claro que Borges había completado su colección de espejos y ahora podía morir en paz sabiendo que nadie podría jamás robarle su rostro.
Resultaba claro que Borges había completado su colección de espejos y ahora podía morir en paz sabiendo que nadie podría jamás robarle su rostro.