Evento Social

Inspiraciones, cartas, cuentos, narrativas, reflexiones y escritos de su autoría.

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maquelo
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Mensaje por maquelo » Lun May 12, 2008 17:36

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Quienes hayan sentido en carne propia los inhumanos prejuicios de nuestro tiempo, se alegrarán (no en demasía) de la gigantesca conspiración que Leticia y yo hemos tramado bajo la tosca austeridad de las bombillas públicas: ¡Amigos!-nos declaramos-, sin mitigar en ello ninguna culpa; pero nadie lo entendió así.
Ahora ambos estamos condenados.

Alicia quería casarse y la boda estaba madura en su cabeza. Ella, que al igual que muchas otras de su clase, había sido diseñada como una muñeca de escaparate que uno encuentra en las avenidas elegantes y que el fino cristal la preserva de las circunstancias pobres de la vida o de gente molesta en general. Ahora, luego de cinco años de noviazgo, en la que indistintamente tuvimos pasiones frenéticas y tropezones comunes, me dijo una noche que ya era hora de casarnos; de fijar fecha para la boda; de ir adquiriendo la fina vajilla de 56 piezas de porcelana marca “Nobless”, que vio en un catálogo francés; de los maravillosos muebles “Urbinati” que decorarían la inmensa sala, y en general, de todos los accesorios que tanto le gustaban. Finalmente me extendió una tarjeta de un corredor de bienes raíces quien ya les había vendido una casa de campo a sus padres: los Rueda Paredes.

Yo la escuchaba con desaliento, imaginándome el ornamentador de una gran casa que siempre me sabría a museo, sin uso y distante. Yo la quería; pero nunca hubiese podido arrancarla de ese mundo de veleidades, que ella había preestablecido para nuestras vidas. Cuando dieron las 10, al despedirme, me eché a caminar por las calles, tragar una porción de ese aire libre y solitario que da la noche y ponerme a salvo de ese futuro repelente que me aguardaba para ahogarme, gracias a mi cobardía.

Fueron esas circunstancias fatuas las que trastocaron mi mundo diáfano y humilde, y en las últimas dos semanas de tozudez femenil de casamiento, terminaron por germinar en mí un creciente hábito: caminar. Lo hacía generalmente de noche y luego de visitar a Alicia. Enfundado hasta las mejillas y con un zacón largo, deambulaba por las calles y plazas con pasión de alienado que busca ser salvado de su tenaz laberinto. Yo prefería las calles pobres, que tienen esa naturaleza etérea de desahucio hechas por el trajín de las carretas y los orines de los perros vagabundos; dejándome a mi paso, un aire triste; pero a su vez lleno de esperanza tratando de escapar de todos esos tábanos de la alta sociedad con los cuales tenía que lidiar en los banquetes, que mis futuros suegros me llevaban para escuchar sólo estupideces. Ciertamente estaba harto de todo eso. ¿Quién podría respirar ese aire hipócrita y cangrenado? Yo, no. Por eso caminaba entre los indigentes, los orates y excluidos y formar parte de toda aquella masa de héroes caídos que nunca tuvieron la oportunidad de la liberación o del perdón.

Una noche, luego que mis zapatos se libraran de unos montículos de tierra en una calle cerrada, percibí un ruido lejano, casi como un susurro que se pierde ahogado entre la cortina de lluvia que tercamente se encaramaba entre mis oídos cansados. Volví la mirada sin percibir nada significativo, mi sombra era la misma y la lluvia seguía cayendo con su monótona cadencia; sin embargo algo, a la distancia, se precipitaba para alcanzarme. Aceleré los pasos, la bufanda se apretó más a mi cuello y metí mis manos al zacón, empuñándolos. Luego pensé que era digno dejarse asaltar por alguien que presumiblemente tendría hambre. Me tomaron del hombro y volteé sin decisión.

Ahí estaba la mirada del cholo, china, fina y su kilométrico cuerpo envolviendo mi sombra, luego dije:

-Llévate todo, pero no me dañes.

El cholo afiló más su mirada y me zarandeó débilmente, luego, dijo riéndose:
-¡Gabriel Benavides!, hermano, he gritado tu nombre como un loco y todavía huyes de mí. Yo, tu amigo, el Roge Pauca.
-¿El Roge Pauca?-pregunté desconcertado-. Y terminé con la cabeza hundida en su pecho, luego que me enroscara con sus manos gentiles.
La lluvia cesó, empero, una catarata de recuerdos bramaban dentro de mí, tratando de salir de ese laberinto toráxico con olor a tierra. Luego el cholo habló:
-Gabrielito, todavía te veo pastando conmigo las cabras de mi chacrita; tú, el hijo del hacendado. ¿Qué haces ahora?
-Soy ingeniero-contesté-, recordando ahora al cholo y a las cabras. Luego lo abracé emocionado.
De ahí en adelante tuvimos una conversación feliz; pero cuando le pregunté el por qué estaba en la ciudad, su cara languideció y dijo:
-He venido para comprar cosas para el puente.
-¿Puente?- inquirí asombrado.
-Ya hemos perdido dos niños; uno de ellos mi sobrino. La polea se rompió y el río endemoniado que pide tributo cuando brama y está picado, se los tragó, cuando iban rumbo al colegio- dijo abrazándome, ahora con pena.
Le prometí de inmediato que mandaría dinero, que yo mismo iría en calidad de ingeniero a verificar la obra y que no se preocupara por nada. Luego nos despedimos con ternura. Ya, cuando nos distanciábamos un poco tuve una sensación de alivio, volví la mirada y grité:
“Los niños que cruzan el infierno rumbo al colegio, merecen un puente”. El respondió:
-Gueno, pué.

Después de ese día las cosas se alivianaron y me sentí fortalecido. Por eso no tuve ninguna animadversión cuando conocí a Leticia bajo ese tenue baño de luz que elevaba su humanidad, por sobre la agonía abyecta de la noche invernal; por eso tuve la certeza que debía encarar con valentía mi determinación, rompiendo mi compromiso con Alicia y definirme con decisión a mis futuros suegros.

Decidido a terminar con Alicia, al fin, me dirigí a su casa un sábado por la noche, pero cuando sonó el timbre, sentí, desfallecer electrocutado y decidí dejarlo para otra oportunidad y salir corriendo, pero la puerta se abrió y para sorpresa mía el Sr. Rueda me atajó con una gran sonrisa, invitándome a pasar.
-Gabriel, hijo, te estábamos esperando.

Ingresé sin aliento. Una primera salva de aplausos y manotazos por sobre el hombro sacudió mi valentía y reculé cobardemente. A continuación sentí las voces en el aire, zumbidos de insectos: “¡Viva el novio! ¡Serás uno de los nuestros! ¡Es inevitable! ¡Viva el novio!”. Ahí estaban todos: mis suegros, los amigos del Club Nacional, Alicia horriblemente maquillada y las casamenteras de siempre.

Claudiqué. Miserablemente entregue mi valentía, cedí ante la sonrisa de mi suegro como el vencido que subordina sus ideales por una dádiva o una posición. Todo estaba dicho y lo peor de todo es que no había luchado y eso me enervaba; sentía el manifiesto complejo del cobarde en mi estomago, en mis intestinos y en mi cabeza.
Miré a una mujer con miedo. Era Alicia, acercándose, extendiéndome sus brazos diciéndome: “Esta sorpresa es para ti, nos casamos en dos semanas”. Nuevamente sentí el miedo, el torrentoso fluido de mi cobardía, enmudecí.
-Sólo faltan comprar los anillos, mañana sería perfecto-sentenció Alicia, sacudiendo mi brazo de muñeco, llegando al punto máximo de su vanidad.
-Mañana será- concluyo el Sr. Rueda.
De mí no quedo nada, sino el triste ensimismamiento del mediocre que perdió su voluntad. Era todo lo contrario a un hombre y mi destino ya no dependía de mi; era de ellos.

El día llego y con el mi sufrida carga humana. Partimos con el automóvil rumbo a la Av. Principal. Alicia empecinada en explicarme las características de los anillos y de la calidad del trabajo; yo, atisbando por la ventanilla tratando de pedir ayuda al cielo añil, a las nubecillas infantiles de siempre. Recé.
Llegamos y parqueamos el automóvil a unas cuadras de la tienda. Alicia con su entusiasmo de siempre, el Sr. Rueda hablándome acerca del cambio que sufre la ciudad por la invasión de gente indecente en las avenidas elegantes, yo, cabizbajo, reflexionando en silencio. Pasamos algunas tiendas decoradas lujosamente con finas sedas, percibiendo ese perfume que parece salir de ellas; cuando de pronto, oí, a la distancia mi nombre que se repetía cada vez con menos fuerza, como ahogándose en el aire: “¡Gabrieeeell! ¡Gabrieell!”, volteé y pude reconocer esa voz; era Leticia, a lo lejos algo destocada, incorrectamente social, parada en una esquina con sus tacones multicolores, extendiéndome su mano cálida, resonando sus ajorcas como campanillas juveniles. Enfilé, cruce sin vacilar la calle, me dirigí hacia ella ( no puedo imaginar la desazón que le causaría a mi futuro suegro y a Alicia mi determinación), la miré con alegría , como si viera la sencillez de la ternura, le besé la frente, hice algunas reverencias y le dije: “¡Amigos!”, luego besé con dignidad sus manos cansadas y percibí su humanidad, “¡Amigos!” dijo ella y se fue.

Cuando volteé, ya no estaban ni Alicia ni mi futuro suegro.

Me marché de ahí pensando en Leticia y en la actitud que tomarían mi futuro suegro y Alicia al verme. ¿Habría cometido alguna falta? Y comencé a caminar sin desmayo esta vez por las avenidas elegantes hasta llegar al Club Nacional y tomarme un trago y reflexionar sobre el asunto. Ahí estaban todas las personas que un día antes me prodigaban felicidad y que ahora para sorpresa mía me miraban con desprecio. Me acerqué a los muchachos de siempre y sin preguntar por la incomodidad, Félix Cantoral habló:
-¡Cómo pudiste besar a una perra!
-Es mi amiga- respondí con dignidad-. Luego otras voces a mi alrededor:
“Una puta, es inconcebible”, “Nosotros no andamos besando putas por las calles”, “Indecente”, “Sucio”, “Fuera de aquí”. Al fin me envalentone, sentí hervir mi sangre, cogí la botella de champagne que estaba en la mesa y la arroje sobre el damasco que decoraba el bar. “¡Basuras!” dije, ustedes siempre serán insectos y me marché.

Pero todavía había algo por hacer sin vacilación ni cobardía, terminar con Alicia; pero no fue necesario, al tocar la puerta sentí llanto de mujer y el Sr. Rueda abrió resuelto generando un aire condenatorio que me golpeó la cara y me dijo:
-¡Ya sabia yo que la gente del campo son paridos con sexo de zorro y sangre de puerca, el matrimonio se cancela. Hasta nunca!.

Y tiró un portazo.

Di la vuelta y me retiré despacio, escuchando el llanto de Alicia tras la puerta.

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Re: Evento Social

Mensaje por RAMITA » Lun May 12, 2008 20:00

MAQUELO

un relato interesantisimo, absorta hasta la última letra de un evento social como muchos hay en la vida, compromisos solo para aparentar. Perfectamente escrita, sin descudiar ni un detalle, con mucho placer dejo
mi huella en tus letras, mi admiración y felicitaciones.

RAMITA

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Re: Evento Social

Mensaje por maquelo » Mié May 21, 2008 13:56

Gracias por tu comentario

Lágrimas del Sol
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Mensaje por Lágrimas del Sol » Vie May 23, 2008 17:10

..........................

Apreciado escritor. Si te dijera que jugaste con mis latidos al leer emocionado tu escrito, ¿me creerías? Buenísimo.
Hasta pronto, mi estimado y respetado MAQUELO.
Tu amigo: Lágrimas del Sol.
Carlos.
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Re: Evento Social

Mensaje por Doral. » Sab May 24, 2008 01:59

Inconfundible estilo de conductas humanas de los
distintos estratos sociales amigo poeta,
donde se confunden los valores por placeres,
y donde la vergueza se pierde a la salida del sol.

Excelentemente bien relatado, estructurado y
parido con una exquisitez y escritura de calidad,
muchísimas felicidades Maquelo.

Mis respetos y cariño siempre,

Doral.
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maquelo
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Re: Evento Social

Mensaje por maquelo » Sab May 24, 2008 12:43

Gracias por sus comentarios.

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