(de mi poemario del mismo nombre)
Cada mañana despierto de un nuevo sueño,
los pensamientos volcados hacia dentro,
oigo a lo lejos timbres estridentes,
llamadas de despertadores urbanos.
Mantengo los ojos cerrados
como intentando no ver coronarse el sol
sobre el llano de las azoteas,
tras las cumbres vencidas de los tejados.
¡Poderoso, el ruido sobre el asfalto!
rompe la paz, la tregua, el descanso…
Está amaneciendo, es un nuevo día,
de nuevo se mueve aletargada la ciudad.
Como preludio que rasga la velada;
bandadas de gaviotas inundan los cielos
dejando en picado su estela en vuelo arrogante,
marcando su territorio sobre la copa de los árboles.
Suena un claxon...El sol comienza su ascenso…
La vigilia envuelve el cuarto con aromas de sueño,
se acerca el murmullo del viento
que roza mi cuerpo,
el calor de un rayo del astro rey
cubre las sabanas en un acto de amor,
asexuado, transparente...
Ruidos de cerrojos abriendo puertas,
se inunda de gentes la ciudad.
Un golpe de llama que besa
se alonga en el espejo,
rechazando mi imagen incierta,
mientras, al otro lado de la calle
se dibuja una sombra en el suelo,
al tiempo que el sol remonta los edificios.
Avanza el reloj inexorable
en la esfera de lo percibido,
el calor en la piel, el ruido,
agudos ladridos de perros,
un hombre grita a lo lejos,
una mujer sacude las alfombras.
Es el nacer lento y bullicioso del nuevo día,
ocho golpes de luz me despiertan,
camino del cenit inexorable
que me devuelve a la vida…
®Roberto Santamaría